6º Congreso Misionero Latinoamericano 
(CoMLa 6)

1º Congreso  Americano Misionero (CAM 1)

CONFERENCIAS

 

"LA IGLESIA LOCAL, RESPONSABLE DE LA MISIÓN"

Centro temático: Iglesia Local

Conferencia de Dom Erwin Kräutler (Obispo de Obispo del Xingú, Brasil)

Universidad Tecnológica Nacional; Domingo 3 de Octubre; 9 hs.

 

 

"Anunciar el Evangelio

no es para mi un motivo de orgullo,

ése es mi sino,

¡pobre de mi si no lo anunciara!"

(1 Cor. 9,16)

 

Introducción

 

¿Qué se entiende por misión? O ¿qué es misión Se han escrito muchísimos libros sobre este tema

durante este siglo y, en el pasado. Pero existe un pequeño tratado, minúsculo, de un obispo brasileño, cuyo ímpetu evangelizador sobrepasó las fronteras de nuestra América. Él llevó la Buena Noticia y "dio de nuestra pobreza"(cf. DP 368) a todos los continentes. Conocido y venerado por igual en los dos hemisferios, partió para la patria definitiva a las 22:00 horas del pasado 27 de agosto: Don Hélder Cámara.

 

"Misión es partir, caminar, dejarlo todo, salir de sí mismo,

quebrar la costra del egoísmo que nos encierra en nuestro Yo;

Es parar de dar vueltas alrededor de nosotros mismos como si

fuéramos el centro del mundo y de la vida;

Es no dejarse enredar en los problemas del pequeño mundo a que pertenecemos: la

humanidad es mayor.

Misión es siempre partir, pero no devorar kilómetros.

Y sobre todo es abrirse a los otros como hermanos, descubrirlos

y encontrarse con ellos.

Si para encontrarlos y amarlos es necesario atravesar los mares y

volar a lo más alto de los cielos,

entonces la misión es partir hasta los confines del mundo".

 

El Decreto Conciliar "Ad Gentes" afirma: "La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre" (AG 2). "Ad Gentes" relaciona el deber misionero de la Iglesia con su catolicidad. En otras palabras: la Iglesia deja de ser católica si no es misionera. "Enviada por Dios a las gentes para ser sacramento universal de salvación, por exigencia radical de su catolicidad. obediente al mandato de su Fundador (cf. Mc 16,16), se esfuerza en anunciar el Evangelio a todo los hombres" (AG l).

 

El camino de la Iglesia misionera

La historia de nuestra Iglesia, desde sus comienzos, es la historia de su actividad misionera. No hay poder que consiga frenar el ímpetu misionero de llevar la Buena Nueva hasta los confines del mundo.

 

Todo empezó "al rayar del primer día de la semana" (Mt 28,1), cuando "María Magdalena y la otra María" fueron al túmulo. La mujeres recibieron la alegre noticia de que el Cuerpo de Jesús no se encontraba ya en la "tumba excavada en la roca" (Lc 23,52): "No está aqui, ¡há resucitado! (Mt 28,6) Y "ellas salieron de prisa (...) y corrieron a anunciárselo a los discípulos" (Mt 28,8). San Marcos nos cuenta que María Magdalena "fue a anunciarlo a sus los que habían estado en su compañía y que estaban tristes y lloraban" (Mc 16,10). Mediante el SI de una mujer, María, Dios inició su maravillosa obra salvadora, enviado a su Hijo. También a través de una mujer, otra María. empezó el anuncio pascual que atravesará los siglos. El grito: "¡Es verdad! ¡El Señor resucitó!" (Lc 24,34) se tornará el "kerigma" apostólico hasta nuestros días. El primer anuncio "Resucitó" fue hecho por las mujeres (Lc 24,1-10).

El día de su Ascensión, al despedirse de sus apóstoles, Jesús les da un último recado: "El Espíritu Santo descenderá sobre vosotros y os dará su fuerza. Seréis, pues, mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra" (Hch 1,8).

Cincuenta días despues de la pascua se cumplió la promesa del Señor. Hasta entonces los discípulos se reunían, "con las puertas cerradas (...) por miedo a las autoridades judías" (Ju 20,19; cf. Ju20, 2-6). Pentecostés abrió las puertas para el mundo entero. El miedo pasó, se disiparon las dudas, cesó la angustia. La primera comunidad cristiana dejó de reunirse escondida. Pedro, la noche de la condenación de Jesús, negó tres veces que conociese al Señor y llegó "a maldecir y a jurar" que no tenía nada que ver con el Maestro. "¡No conozco a ese hombre que decís!" (Mc 14,66-72). Ese mismo Pedro se dirige ahora a sus compatriotas y exclama: "Escuchadme, hombres de Israel,(...) Jesús el Nazareno (...), vosotros lo matasteis crucificándolo por la mano de los impíos. ¡Pero Dios lo resucitó!" (Hch 1,22-23).

Hombres y mujeres "de todas las naciones que hay bajo el cielo" (Hch 2,5), oyendo las palabras vigorosas de Pedro: "Sepa, pues. con certeza toda la casa de Israel: Dios constituyó Señor y Cristo a ese Jesús que vosotros crucificasteis" (Hch 2, 36). sintieron que "Esas palabras les traspasaron el corazón" (Hch 2,37). Entendieron la predicación del "galileo" como si hablase en su propio idioma. El anuncio valiente y el testimonio convincente de Pedro el día de Pentecostés surtió efecto: "Aquel día se les agregaron más o menos tres mil personas" (Hch 2,41). ¡El Espíritu Santo hizo nacer la Iglesia!

 

Los galileos no dejaron de anunciar la Buena Nueva y su testimonio convenció al pueblo: "Más y más gente se adhería al Señor por la fe" (Hch 5,14). Pero dar testimonio de Jesús tiene su precio. En los Hechos leemos que Pedro y Juan fueron advertidos por las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén. "Los llamaron y les prohibieron terminantemente hablar y enseñar sobre la persona de Jesús" (Hch 4,18). Los dos apóstoles, "hombres sin letras ni instrucción" (Hch 4,13), no se dejaron intimidar y respondieron: "¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a Él? Juzgadlo vosotros. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído" (Hch 4,19-20). Resonaron en sus corazones las palabras del Maestro a los fariseos que el día de la entrada de Jesús en Jerusalén, se pusieron furiosos al oír las aclamaciones del pueblo: "Si estos se callan gritarán las piedras" (Lc 19,40). Más tarde Pedro y los otros apóstoles serán presos y metidos en la cárcel, Santiago decapitado (Hch 5,18; 12,2). La sangre derramada de Esteban, que "vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba de pie a la derecha de Dios" (Hch 7.56), es la simiente de conversión para Pablo, el apóstol de los gentiles, que nunca más se desvió del "Camino" (Hch 9,2), aceptando todo tipo de sufrimiento por causa del nombre del Señor (cf. Hch 9,16; 2Cor 11,23-28), porque "anunciar el evangelio" se convirtió en la pasión de su vida. Le bastaba la gracia divina (cf. 2Cor 12,9).

Felipe va a Samaría a anunciar "la palabra de la Buena Nueva" (Hch 8,4). Samaría es la primera región "fuera de las fronteras". Pedro va a Cesarea y entra en la casa de un centurión de la cohorte Itálica (Hch 10,1) y se da cuenta de que "Dios no hace distinciones, sino que acepta al que le es fiel y obra rectamente, sea de la nación que sea" (Hch 10,34-35). Nace la misión "para todos los pueblos". Después del Concilio de Jerusalén, Pablo y Bemabé "dijeron con valentía": "Nosotros nos dirigiremos a los gentiles" (Hch 13,46). Se inició así la gran epopeya misionera de la evangelización que no ha parado hasta los días de hoy: Iconio, Antioquía, Licaonia! Pablo pasa por Tróade, donde tiene una visión: "un macedonio, de pie, le rogaba: Pasa aquí, a Macedonia y ayúdanos" (Hch 16.9). Por Macedonia el Evangelio llega a Europa. En Filipos Dios "abrió el corazón" a Lidia "para qué hiciera caso de lo que decía Pablo" (Hch 16,14). Y alrededor de esa mujer nace la primera comunidad cristiana europea. Pablo va a Tesalónica y explica que el Mesías tenía que padecer y, resucitar, y concluye: "Ese Mesías es Jesús, el que yo os anuncio" (Hch 17,3). Y "gran número de adictos griegos Y no pocas mujeres principales" (Hch 17,4) se dejan convencer. Pablo llega al Areópago de Atenas y anuncia "Eso que veneráis sin conocerlo es lo que yo os anuncio" (Hch 17,23). Después funda la Iglesia de Corinto. Y "todos los sábados discutía en la sinagoga, esforzándose por convencer a judíos y griegos" (Hch 18,4). Tiempo después está en Éfeso y habla "abiertamente del Reinado de Dios, tratando de persuadirlos" (Hch 19,8). Es exactamente esa "parresía", la "intrepidez", la "valentía", la "firmeza" "sin miedo", la "audacia" lo que caracteriza el anuncio de la Iglesia en sus comienzos. El último versículo del último capítulo del segundo libro de Lucas (Hch 28,31) habla de nuevo de la "parresía", como si el autor sagrado nos quisiera dar la clave de interpretación de todo el libro de los Hechos.

 

El antiguo perseguidor de la Iglesia es perseguido, amenazado de muerte, procesado. Apela a César. "¿Caesarem apellasti? Ad Caesarem ibis" ("¿Apelas al Emperador?, pues al Emperador irás") (Hch 25,12) le responde el procurador romano, Porcio Festo. Y vía Malta, Siracusa, Régio, Pozzouli, Pablo, llega a Roma.

 

América: Quinientos años de Evangelio

 

El Espíritu de Dios suscitó en todos los siglos misioneras y misioneros, cristianas y cristianos entusiasmados, que consagraron su vida a la causa del Evangelio. recorrieron tierras, atravesaron mares, en una búsqueda incansable de la gran meta: que toda "lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre" (Fl 2,1 l).

 

¡Cuántos misioneros y misioneras se convirtieron en "mártires" en el más estricto sentido de la palabra: anunciaron y dieron testimonio de su fe hasta el acto supremo de derramar su propia sangre!

 

Jesús hablaba la lengua aramea. El letrero fijado en la cruz estaba escrito en otras lenguas: hebreo, latín y griego (cf. Ju 19,20). El Nuevo Testamento no fue escrito en la lengua de la Tierra Santa sino en griego. San Jerónimo tradujo los originales para el latín. Pero el "Limes Romanus" (la frontera del Imperio Romano) tampoco fue limite ni frontera para el Evangelio.

 

Comienza otra época. Los "bárbaros" fueron evangelizados. Los hermanos Cirilo y Metodio, naturales de Tesalónica, van a los pueblos eslavos. Patricio evangeliza Irlanda. Había aprendido, como esclavo, la lengua de los habitantes de la "isla verde". Pero Irlanda tampoco guarda para si misma el tesoro encontrado, la perla preciosa, sino que la irradia a su alrededor, enviando misioneros al continente de donde había recibido la Buena Nueva.

 

El Evangelio continuó recorriendo el mundo. Al final del siclo XV se abren nuevos horizontes. Europa,

descubre que entre Lisboa y la "tierra del sol naciente" existe otro continente. Las naves y carabelas que abrieron el "mar tenebroso", con la intención de alcanzar las Indias orientales por un camino más corto, acabaron ante un "Nuevo Mundo".

 

Cuando el 12 de octubre de 1492, a las dos de la madrugada de un espléndida noche de luna llena, Rodrigo de Triana, marinero de la carabela "La Pinta", gritó a pleno pulmón, ante la isla de Guanahaní:

"¡Tierra a la vista!", junto a todos los pecados de los conquistadores, junto a todas sus perversidades y ambiciones sin escrúpulos de ganar tierras y oro y de esclavizar pueblos enteros, viajaba a bordo un libro que cuenta la historia de un Dios que es "rico en misericordia" (Ef 2,4) y que "quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (Tim 2,4).

 

En Brasil, la fecha histórica es el día 22 de abril de 1500, miércoles de la Octava de Pascua. Pedro Álvarez Cabral avistó el Monte Pascual. En la nave que trajo a los Portugueses, venían también ocho Franciscanos y dos sacerdotes seculares. El día 26 de abril de 1500, Frei Henrique de Coimbra celebra la Primera Misa y hace una homilía "sobre el Evangelio". Empieza así la obra evangelizadora en la "Tierra de la Santa Cruz".

Fueron las órdenes y congregaciones religiosas las que, desde 1492, se encargaron de cumplir el mandato del Señor: "Id y haced discípulos de todas las naciones" (Mt 28,19). Los relatos y cartas de los primeros misioneros son emocionantes. Parecen la continuación de las Epístolas de S. Pablo. Los sufrimientos de los pioneros de la Evangelización en el continente americano no fueron menos intensos que las tribulaciones del Apóstol de las Gentes: "Nos aprietan por todos los lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados pero no abandonados", escribía Pablo a los Corintios (2Cor 4,8). José de Anchieta escribe a sua Prepósito-General, Diego Laínez: "Estamos visitando los poblados casi sin parar (...) sin importamos si hace calmo o si hay lluvias o riadas, y muchas veces de noche y por bosques muy oscuros, (...) no sin gran trabajo. sea por la aspereza de los caminos, sea por las inclemencias del tiempo (...) Muchas veces estamos indispuestos y fatigados por los dolores, desfallecemos por el camino. (...) Pero nada es demasiado arduo para los que tienen como objetivo la honra de Dios y la salvación de las almas, por las cuales no dudarán en dar la vida."

Pasajes semejantes encontramos en la historia de los primeros misioneros de todas las órdenes que aquí aportaron con el objetivo de continuar la misión de los primeros discípulos de Jesús. ¡Eran hijos de su tiempo! ¡Claro! Si analizamos sus esfuerzos desde lo alto de las cátedras del siglo XX descubriremos, sin duda, errores muy graves. Es una realidad histórica que desaparecieron culturas milenarlas. Los misioneros vinieron al "Nuevo Mundo" ("nuevo" desde el punto de vista europeo) con las categorías y los criterios occidentales e implantaron una iglesia con rostro europeo, con los ropajes del viejo continente. El término "Inculturación del Evangelio" no constaba en el vocabulario eclesiástico de aquella época. Y la meta de la empresa misionera no fue generar una nueva evangelización "a partir" de las culturas autóctonas. Pero, a pesar de eso, es impresionante la "parresía", la pasión, el ardor, el fervor que motivaba a esas mujeres y a esos hombres a llevar adelante la ingente tarea de anunciar y dar testimonio de la Buena Nueva, arriesgando su vida, siendo perseguidos, procesados, exiliados o derramando la propia sangre por causa del Reino de Dios. ¿Quién puede negar que fue la "Caridad de Cristo" la que los impulsaba (cf. 2Cor 5,14) a consagrarse a la Evangelización y a entregarse hasta las últimas consecuencias (cf. Ju 13, 1)?

 

Vivimos otros tiempos y nuestra Iglesia creció mucho en la manera de entender el mandato del Señor. La antropología y la misma experiencia misionera nos enseñaron a reconocer en todas las culturas mediaciones posibles para una nueva evangelización. Hoy hablamos de la inculturación del mensajero y de la inculturación del mensaje como presupuestos del compartir, de la participación, de la comprensión y de la solidaridad.

 

Evangelización con "nuevo ardor"

 

"Evangelizar (...) es llevar la Buena Nueva a todas las parcelas de la humanidad, en cualquier medio y, latitud, y por su influjo transformarlas a partir de dentro y tomar nueva la propia humanidad" (EN 18), escribió el Papa Paulo VI en su Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi". Somos convocados a responder, de manera corresponsable, a los llamados urgentes de áreas y situaciones misioneras bien definidas, tanto de la misión universal de la lalesia "ad gentes" fuera del propio país, como de la misión "lad gentes" dentro del propio país. En la era de la globalización, los signos de los tiempos - y Dios nos habla a través de ellos - indican que nuestra Iglesia debe contribuir, ahora más que nunca, "a crear una auténtica cultura globalizada de la solidaridad" (EA 55).

 

Los métodos para presentar el Evangelio mudaron, pero la pasión, el ardor, el fervor que deben acompañar y motivar el anuncio y el testimonio son inmutables e insustituibles. Si no se tiene una profunda mística misionera que contagie y convenza, nuestro esfuerzo, por más que use las más modernas técnica de comunicación, no pasará de un "marketing" religioso superficial, algo que apenas araña la superficie de la sociedad contemporánea.

 

El principal objetivo del COMLA 6 - CAM 1 es dar nuevo impulso a las fuerzas misioneras del Continente para que asuman - o asuman de nuevo - su tarea eclesial de anunciar y dar testimonio del Evangelio, sin límites ni restricciones, hasta los confines del mundo. Evidentemente muchas horas durante este Congreso están destinadas a estudiar y profundizar temas muy diversos, relacionados con la dimensión misionera de la Iglesia, pero la finalidad principal, incluso de los propios estudios. es animar, incentivar, dar mayor impulso, aquel "nuevo ardor" que pidió el Papa el día 9 de marzo de 1983, en la ceremonia de abertura de la XIX Conferencia General del CELAM. En la catedral de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Puerto Príncipe, Haití, el Papa insistió: "La conmemoración de medio milenio de la evangelización tendrá su significado pleno si se hace un renovado compromiso (...) no de re-evangelización, sino de evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión." La primera exigencia del Papa no se refiere a los "nuevos métodos" ni a las "nuevas expresiones" sino al "nuevo ardor" que debe impulsar a las misioneras y a los misioneros del Continente.

 

El ardor no surge por si mismo. Solo una profunda experiencia de Dios y la pasión por la causa del Reino pueden suscitar el ardor, el "fervor del espíritu" que animaba al Apóstol (Hch 18,25), la motivación, el entusiasmo, la alegría y el coraje para enfrentar todo tipo de conflictos y, dificultades... hasta la persecución. Es la convicción que revela Pablo a Timoteo: "Yo sé de quien me he fiado" (2Tim 1,12). Y eso se transforma en incondicional adhesión a Cristo que lo lleva a exclamar: "¡Ay de mi si no anuncio el Evangelio!" (1Cor 9,16) y a sufrir por causa de ese Evangelio prisiones, azotes, pedradas, fatigas y duros trabajos, vigilias, hambre y sed, frío y sin ropa, con él mismo nos relata. Y añade además: "Y aparte de eso exterior, la carga de cada día, ¡la preocupación por todas las comunidades!"(2Cor 11,23-28).

 

El misionero y la misionera no son una especie de miembros cualificados de la Iglesia, especialmente entrenados, algo así como "ejecutivos" de programas y proyectos elaborados por una elite pensante. Lo que caracteriza al misionero y a la misionera, desde los primeros días de la Iglesia, es su pasión profunda por el Cristo vivo, el Cristo pascual. Son los apasionados por el Reino que hasta los días de hoy contaban hombres y mujeres de todas las razas y culturas.

 

Este ardor por la misión rompe toda acomodación y rutina e impulsa a la Iglesia a ir al encuentro de las personas y a injertarse en la realidad que vive el pueblo, haciéndose "sal" (Mt 5,l3), "luz" (Mt 5,14), "fermento" (Mt 13,33; Lc 13,21-22).

 

La Iglesia particular, corresponsable de la evangelización del mundo

 

En América Latina hace 500 años que estamos acostumbrados a identificar "misionero" con alguien que "viene" de afuera. Nos cuesta entender que el misionero también "sale" de nuestras Diócesis, de nuestros Países para otros lugares. otros Países y, otros continentes. Claro que a lo largo de los pasados siglos llegaron a nuestros países miles y, miles de misioneros del viejo continente. Mujeres y hombres, por opción propia o enviados por su orden o congregación vinieron a misionar en algún País de América Latina o del Caribe. Quizás por eso en nuestras Iglesias particulares no existía - o no exista todavía -, ninguna preocupación con relación a la responsabilidad misionera propia. El Documento de Puebla afirma: "Finalmente llegó para América Latina la hora de intensificar los servicios recíprocos entre las Iglesias particulares y de que estas se lancen para fuera de sus propias fronteras. "ad gentes". Está claro que nosotros necesitamos misioneros, pero debemos dar de nuestra pobreza" (DP 368). Esta constatación, que es al mismo tiempo una advertencia. no surtió el efecto deseado: dar un salto cualitativo que llevase a organizar una verdadera "acción colectiva" ("mutirao") que realizase lo que Puebla señalaba como un deber nuestro.

 

El Documento de la IV Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe, celebrada en 1992 en Santo Domingo, nos dice: "Podemos decir con satisfacción que el reto de la misión "ad gentes" propuesto por Puebla fue asumido a partir de nuestra pobreza, compartiendo la riqueza de la fe con que el Señor no ha bendecido. Reconocemos, sin embargo, que la conciencia misionera "ad gentes" todavía es insuficiente o frágil" (DSD 125). Hoy, a siete años después de la Conferencia de Santo Domingo, nos preguntamos si aquella constatación de que el reto de la misión "ad aentes" fue asumido" es verdadera o continua siendo más un deseo que una realidad concreta.

 

El Decreto "Ad Gentes" destaca que: "La iglesia es toda ella misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios" (AG 35). Y dice más: "A todo discípulo de Cristo incumbe la tarea de propagar la fe" (AG 23). La dimensión misionera de la Iglesia no es un "apéndice" de la Pastoral de Conjunto de una Iglesia local. No se trata de "delegar" a algunos "especialistas". El Papa Pablo VI dice en la Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi": "Evangelizar no es para nadie un acto individual o aislado, sino profundamente eclesial" (EN 60). La Iglesia local se evangeliza a si misma cumpliendo el mandato del Señor.

 

Ante el argumento de que "¿cómo vamos a enviar misioneras y misioneros para fuera de la Diócesis si no tenemos personal suficiente ni para nosotros?" la Asamblea General del Episcopado del Brasil dio una respuesta categórica: "Cada Iglesia local o particular es corresponsable por la Iglesia entera y por su misión de evangelización de los pueblos. Para permanecer en la comunión eclesial y realizarla efectivamente, la Iglesia particular debe poner en común sus recursos espirituales y materiales al servicio de la difusión del Evangelio. Concretamente, cada Diócesis - y dentro de ella, cada parroquia o comunidad, cada cristiano - por el dinamismo propio de la comunión eclesial es llamada a participar en la misión. Las misiones "ad gentes" no son, por tanto, algo facultativo para la Iglesia local, sino parte constitutiva de su responsabilidad. Las misiones no son solamente tarea de los Institutos Misioneros o de la Obras Pontificias, que tiene como función solicitar y exigir el crecimiento del espíritu misionero de las Iglesias particulares. La madurez de una Iglesia local se fortalece en la misma medida en que abre sus puertas a otros horizontes y contextos eclesiales, sociales y culturales: pasa, entonces. a asumir, corresponsablemente, el mandato del Señor de evangelizar a todos los pueblos. Por eso mismo una Iglesia local no puede esperar hasta conseguir la plena madurez eclesial y solo entonces empezar a preocuparse con la misión fuera de su territorio. La madurez eclesial es consecuencia y no mera condición de apertura misionera. Estaría condenándose a la esterilidad la Iglesia que dejase atrofiado su Espíritu misionero bajo el pretexto de que aún no fueron atendidas plenamente las, necesidades locales"

 

En la Asamblea General de 1998. D. Paulo Moretto, Obispo Diocesano de Caxias do Sul (Estado de Rio Grande do Sul), nos advirtió: "Cuando la ayuda misionera no se cultiva con relaciones fraternas, mutuas y gratuitas, el olvido y la fatiga van tomando el lugar de la solidaridad. Sobrará un hilo de vida, pero no habrá ya vitalidad. Si la ayuda misionera se atrasa hasta el día en que todas las comunidades locales estén atendidas como merecen, seguramente no llegará nunca el momento de una real y generosa colaboración".

 

En la Exhortación Post-sinodal "Ecclesia in America" el Papa Juan Pablo 11 habla de la Obligación de la Iglesia de América de "permanecer disponible para la misión ad gentes". " El programa de una mueva evangelización en el Continente, objetivo de muchos planos pastorales, no puede limitarse a revitalizar la fe de los creyentes habituales, sino que debe procurar también anunciar a Cristo en los ambientes donde Él no es conocido. Además, las Iglesias particulares de América son llamadas a extender su ímpetu evangelizador fuera de las fronteras del propio Continente. No pueden guardar para ellas solas las inmensas riquezas de su patrimonio cristiano. Deben llevarlo al mundo entero y comunicarlo a cuantos lo desconocen todavía. Se trata de millones y millones de hombres y mujeres que, sin la fe, padecen la más grave de las pobrezas. Ante esta carencia sería un error dejar de promover la actividad evangelizadora fuera del Continente con el pretexto de que aún hay mucho por hacer en América, o esperar a conseguir primero una situación, claramente utópica, de plena realización de la Iglesia en América" (EA 74).

 

Cuando Puebla acuñó la expresión "debemos dar de nuestra pobreza" añadió: "Por otro lado nuestras Iglesias pueden ofrecer algo de original e importante: su sentido de salvación y liberación, la riqueza de su religiosidad popular, la experiencia de sus Comunidades Eclesiales de Base, el florecimiento de sus ministerios, su esperanza y la alegría de su fe" (DP 368). Es verdad que somos una Iglesia pobre, si consideramos la penuria y miseria en que se encuentra la mayoría de nuestro pueblo que llena las Iglesias y vive en las comunidades. Somos una Iglesia pobre también en recursos materiales y financieros si la comparamos con las Iglesias que están en Europa o en América del Norte. Pero de ninguna manera somos "pobres" si consideramos la cantidad de gente entusiasmada por la causa del Reino de Dios que tenemos. No somos "pobres" de entusiasmo, de "fervor de espíritu" (cf Hch 18,25), de fe en Dios y en su Proyecto, de esperanza de "un cielo nuevo y una tierra nueva" (cf. Is 65,17; Ap 2 1. l), de amor que va "hasta el fin" (cf. Ju 1 i, l), hasta las últimas consecuencias.

 

El "aggiornamento", que tanto quería e incentivaba Juan XXIII, y el Vaticano 11 originaron la Conferencia de Medellín. La maravillosa Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" de Pablo VI se "latino-americanizó" en Puebla. El "ardor misionero" de Juan Pablo II es el horizonte de Santo Domingo. El Sínodo para América unió al Norte y al Sur del Continente para discutir, junto al Sucesor de Pedro, "las problemáticas de la nueva evangelización en las dos partes del mismo continente" (EA 2). En las últimas décadas surgió y se cristalizó cada vez más el "modo de ser Iglesia" de América Latina, concretizado en la sencillez y el compartir, en la dimensión samaritano y profético de las CEBs, en la opción por los pobres y en la solidaridad con los excluidos, en las celebraciones vivas y bien participadas, en la diversidad de las pastorales. Pero, eso es obra del Espíritu Santo no solo para el "consumo" latinoamericano, sino un don a ser compartido con otras Iglesias. y también con otros continentes. Son talentos que constituyen la "riqueza" de nuestra Iglesia. No queremos enterrarlos en el suelo latinoamericano (cf. Mt 25,14-30), sino hacerlos producir muchos frutos también fuera de nuestras fronteras, dando nuevo ánimo y aliento a la Iglesia "que se hace presente en el mundo entero" .

 

Nuestra esperanza - la razón de nuestra misión

 

La globalización aproximó de manera extraordinaria los confines del mundo. Esos confines, sin, embargo, atraviesan también el continente latinoamericano. Atraviesan nuestro país y pasan por la puerta de nuestra casa. Por un lado vivimos muy próximos unos de los otros, pero, al mismo tiempo, cada vez más distantes de aquellos prójimos que fueron excluidos de la convivencia social, porque perdieron su puesto de trabajo, su casa o su tierra.

 

En Brasil, de donde vengo, dedicamos un cariño especial y profético a esos "perdedores de la globalización", a los sin-tierra y a los pueblos indígenas, que luchan por la tierra, a los sin-casa y a los emigrantes que perdieron su lar, a los desempleados y a los explotados de un salario miserable. El mundo globalizado levantó nuevos muros entre los vencedores y los perdedores, entre ricos y pobres, y está dejando una parte cada vez mayor de la humanidad con menos esperanza a cada día. En Brasil, país rico con una inmensidad de pobres, laboratorio de riquezas mal distribuidas y de creciente desesperación, procuramos, a partir de una profunda indignación profético, forjar nuevas razones de esperanza y una pasión misionera renovada que nos impulsa a transponer todo tipo de fronteras.

 

 

A primera vista la globalización favorece la misión universal del Pueblo de Dios. Diariamente llegan noticias del mundo entero a nuestras casas. Los viajes a otros países y continentes son bastante cómodos si se comparan con los de los misioneros que vinieron a evangelizar el continente. Mensajes de solidaridad pueden ser enviados con muchas rapidez. Somos capaces de relacionarnos y fortalecernos, incluso cuando vivimos lejos. La globalización transformó la humanidad toda de conjunto de islas - culturas distantes y pueblos separados - en una gran red que nos conecta unos a otros. Pero no todos están conectados. La gran mayoría de la humanidad continúa desconectada del progreso, de la abundancia y del bienestar y lucha diariamente para conseguir un pedazo de pan. El mundo globalizado produce víctimas y excluye, engendra violencia y desesperación, desprecia la vida de los inocentes y de los pacíficos.

 

La globalización desafía nuestra misión. En tiempos pasados, fuimos acusados de ocultar bajo el manto de la misión la pretensión de protagonismo y de hegemonía. Hoy estamos convencidos de que la universalidad de la misión es la única alternativa a la globalización que crea excluidos. Nuestra misión es universal porque no excluye a nadie. Si nuestra misión fuese limita geográfica, cultural, étnica o socialmente y si se dirigiera solamente a una clientela de "escogidos" sería también excluyente, igual que la globalización neoliberal. Pero nuestra misión universal es radicalmente diferente de la globalización que nos rodea. Nunca nos adaptaremos a los mecanismos de exclusión. No rebelaremos los principios éticos o la utopía que dirigen nuestro caminar. Vivimos en el mundo, pero no somos del mundo.

 

En una carta del siglo segundo de la era cristiana, dedicada a Diogneto, un autor anónimo reflexiona sobre el sentido y la identidad de la vida de los cristianos en el mundo. Diogneto es descrito como un personaje con muchas preguntas y un "ardiente deseo de conocer como dan culto a Dios los cristianos (...) y quien es ese Dios en quien depositan su confianza"

 

"Los cristianos no se distinguen de los demás (..). Algunos viven en ciudades griegas, otros en ciudades bárbaras, conforme la suerte de cada uno; siguen las costumbres locales relativas a vestidos, alimentación y al resto del estilo de vida, presentando un estado de vida admirable paradójico. Viven en su propia patria, pero como peregrinos. Como ciudadanos participan de todo, pero lo soportan todo como extranjeros. Toda tierra extraña es su patria y toda patria es tierra extraña para ellos ( .. ). Están en la carne, pero no viven según la carne. Si su vida transcurre en la tierra, su ciudadanía, sin embargo, está en los cielos (..) Aman a todos, y son perseguidos por todos. (..) Los cristianos residen en el mundo, pero no son del mundo. (..) Están en cierto modo aprisionados en el mundo, como en una cárcel, pero son ellos quienes sustentan el cosmos. "

 

¡El mundo de hoy ciertamente es diferente! ¡Misión es visión! La justicia de Dios no es la justicia de aquella estatua que tiene los ojos tapados. Nuestro Dios oye el clamor de los pobres, ve el sufrimiento de los emigrantes y convoca con su palabra a los que la confusión babélica de los macro-discursos excluye de la convivencia social. Los espacios de gratuidad que el arte y la religión ofrecen pueden ser espacios de resistencia contra el axioma de hoy: "lucro, lugo existo", contra las contingencias de lo "culturalmente correcto", definido por el neoliberalismo globalizado. De la Misión nunca se vuelve a la patria de la misma manera. Al salir de nuestro lugar cambiamos la perspectiva de nuestra vida. La misión tiene una fuerza transformadora sobre aquellos mecanismos que producen la exclusión.

 

En el mundo "volátil", "ligth" y "portátil", en el mundo de la dispersión de los grupos humanos. de las emigraciones y de la compleja movilidad de las relaciones humanas, la identidad, antes muy ligada con un territorio ( país, parroquia) y con objetos (templo, casa. ropa), con la región (interior o ciudad) o con un lugar sagrado y con un grupo social estable (Jerusalén, Meca, Roma, Ginebra) se hundió. Hoy, esa, identidad debe ser pensada de nuevo como la un ser y un caminar tras las huellas de aquel que "no tiene lugar donde reposar la cabeza" (Mt 8,20).

 

Caminar con Jesús - Emmanuel - Dios-con-nosotros - es caminar en el Espíritu, el protagonista de la misión, que liberta de la dictadura de los fines preestablecidos. No importa llegar hasta los confines del mundo o al fin de los tiempos a cualquier precio. Lo que importa es caminar. Jesús dice: "Yo soy el camino" (Ju 14.6) y no: "Yo soy la meta". Jesús invierte la perspectiva de Tomás, que quería conocer el camino a partir del punto de llegada: "Señor, no sabemos para donde vas, ¿cómo podemos conocer el camino?" (Ju 14.5). Jesús, al revelarse caminando, revela también progresivamente las metas del caminar.

 

Esta identificación de Jesús con el camino causó enorme impacto en los primeros cristianos. Se reconocen como los "que pertenecen al Camino" (Hch 9,2). San Pablo, al recordar como perseguía a los cristianos, decía: "Perseguí hasta la muerte este Camino" (Hch 22,4). Lo específico del cristianismo es el camino y, la presencia de la metas en cada paso del caminar. Como en el iris de cada persona está diseñado todo su estado de salud, así la meta de todo el camino está también escrita en cada paso del caminar misionero. Y si no está en cada paso, tampoco estará en la recta final. El Reino no es el punto de llegada. Está en medio de nosotros (cf. Luc 17,21).

 

El caminar misionero descubre a Dios siempre de nuevo. No tiene la pretensión de conquistar a los otros. Por eso no necesita "armas". El caminar en el Espíritu es siempre un caminar desarmado, con sencillez y pobreza. El acercarse misionero no es para lanzar una mirada curiosa sobre aquel que "cayó en las manos de los ladrones" (cf. Luc 10,30). Se mira para asumir su causa. "Asumir" presupone aproximarse", "encontrarse" y "caminar" juntos.

 

El caminar del Pueblo de Dios, que es siempre seguir a Jesús, es un constante aproximarse al desconocido. al otro y al pobre. Esa aproximación al pobre y al otro genera en la Iglesia un "estado de gracia". El misionero, la misionera "encuentra gracia" (cf. Luc l,30) en el otro, porque encuentra a Dios y a si mismo(-a) en él. La experiencia de Dios es siempre un descubrir al prójimo en el camino.

 

Una Iglesia peregrina es una iglesia pobre. Una Iglesia instalada siempre caerá en la mallas de estructuras pesadas y de doctrinas complicadas que aprisionan al Espíritu. Una Iglesia en camino es una Iglesia sencilla y transparente. Caminar al encuentro de Jesús resucitado es caminar para fuera de la ciudad donde él fue y sigue siendo crucificado. Quien "corre" no lleva muchas cosas encima. No necesita "bolsa de valores", ni "alforjas" (cf. Luc 10,4). No nos trasladamos a un determinado campo de misión para "abrir una casa", sino para recorrer y abrir un camino. Quien quiere ir lejos, y confía en el Señor de la historia, necesita pocas cosas. En una Iglesia que no solo optó por los pobres sino que se hizo pobre al librarse de las tierras, casas y parientes (cf. Mt 19.29), los cristianos hacen la experiencia de la vida en abundancia. Los dones de Dios se multiplican en la medida en que son gastados. Caminar con sencillez y transparencia del Espíritu es el "ejercicio espiritual" permanente de esta fe.

 

El camino no aleja a la Iglesia de sus orígenes o de sus raíces. Al contrario. Es un encuentro con su raíz en Jesús y con su origen en pentecostal. El árbol que crece para lo alto crece también para abajo, hacia las profundidades de la tierra. Las raíces son la condición para que los árboles puedan abrirse para lo alto. Una Iglesia cerrada es una Iglesia sin raíces. El discernimiento, la opción y el caminar son posibles a partir de las raíces profundas de una identidad histórica. El discernimiento a partir de los orígenes del camino ayuda a no confundir la fidelidad al Señor con modelos fijos históricamente superados. Una tradición anquilosada no protege a la Iglesia. Destruye su raíz neumática y su identidad de peregrina. Solo una Iglesia que es por naturaleza peregrina hablará legítimamente a los pobres y a los otros, a los diferentes culturalmente, de la verdad y de la vida.

 

Misión significa ruptura. "Remiendo nuevo en ropa vieja" (Mt 2,21) no cambia el curso de la historia. Ruptura significa desprogramarse para desprogramar el mundo. Es una tarea-pregunta dificil la que nos reúne aquí: ¿Cómo producir rupturas?, ¿cómo aprovechar las fallas del sistema para plantar nuestros sueños y los sueños de los pobres y de los excluidos? El mundo globalizado y virtualmente conectado en redes de comunicación nos lleva a pensar sobre el significado de la parábola del Reino que "es semejante a una red lanzada al mar" (Mt 13,47) del tiempo y del universo.

 

La misión muda el mundo de la exclusión. La misión también transforma a la Iglesia que en Medellín se propuso ser "una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desvinculado de todo poder temporal y valientemente comprometida con la liberación del hombre todo y de todos los hombres" (DM 4, Educación). La Iglesia misionera va al fondo y a la cumbre. Es la Iglesia con raíces profundas, alas anchas y un mirar de águila que ve a lo lejos y que va más lejos todavía. Es también la Iglesia que camina con las sandalias del pescador.

 

Conclusión

Quiero concluir con las palabras del Papa Juan Pablo II. En su mensaje para el Día Mundial de las Misiones que será celebrado el próximo 24 de octubre, Juan Pablo Il escribe: "La misión debe constituir la pasión de cada cristiano: pasión por la salvación del mundo y ardiente compromiso de cara a instaurar el Reino del Padre". Y comparando los misioneros a los "centinelas sobre los muros de la ciudad" exclama: "Su testimonio generoso en cada rincón de la tierra anuncia que, al aproximarse el tercer milenio de la Redención, Dios está preparando una gran primavera cristiana, cuya aurora ya se vislumbra" (Rmi 86). María, "Estrella de la Mañana", ayúdanos a repetir con ardor siempre nuevo el "Fiat" al proyecto de salvación del Padre, para que todos los pueblos y todas las lenguas puedan ver su gloria (Cf Is66,18)"

 

 

Altamira, Brasil, 23 de agosto de 1999

Fiesta de Santa Rosa de Lima

Padroeira de América Latina

Erwin Kräutler

Obispo del Xingú

Encargado de la Dimensión Misionera

la Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil