Campaña de la 

Estampilla Misionera

El Portal

de los Misioneros

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Basado en el artículo "Filatelia Misionera - ¿Los sellos usados dan de comer, hoy?" de Manuel de Unciti, publicado en la Revista Caminos de Misión de los Misioneros Vicencianos de España, Nº 95 de Junio de 2003
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Una de las campañas que promueve en todo el mundo la Obra de la Infancia Misionera es la de la "Estampilla Misionera", mediante la cual se recogen estampillas con el fin de contribuir con el sostenimiento material de las misiones. Pero ¿qué tienen que ver las estampillas con las misiones? ¿Cómo pueden un montón de estampillas usadas servir para juntar fondos para ayudar a los misioneros? ¿Puedo yo, desde mi Parroquia, desde mi diócesis sumarme a esta forma de colaborar con las misiones? El siguiente artículo, publicado en el año 2003 en la Revista "Caminos de Misión" de la Asociación Misionera Vicenciana de España, nos ayudará a conocer el fascinante mundo de la filatelia misionera, una ingeniosa manera de promover la cooperación material con las misiones.

Eran aquéllos de mediados del siglo XIX años bastante más ingenuos que los de ahora. El pueblo llano, fiado de lo que se le había dicho o de lo que pensaba haber escuchado por ahí, se creía a pie juntillas que en la lejana China los ricos mandarines tapizaban con sellos de correos, usados, las paredes de sus viviendas. Y no era esta creencia exclusiva del vulgo. También los estudiosos y los hombres de responsabilidad daban por buena esta pintoresca utilización de los sellos usados. En el Boletín Oficial de la Diócesis de Pamplona, del año 1879, valga por caso, se publicó una extensa nota, a modo de llamamiento dirigido a todos los fieles, en la que se solicitaba que en las parroquias y colegios se recogieran sellos usados "para enviarlos a los misioneros de China". ¿Por qué? ¿Para qué? "Los chinos son exclusivamente codiciosos de nuestros sellos de franqueo, que les parecen cosa rara, y es prurito de honra tener muchos..."

La nota decía más, algo más. O, si se quiere, mucho más. Se adentraba por entre las sombras del infanticidio. Había entonces -y ahora, probablemente, también los haya- espíritus fuertes que rechazaban de plano, por inverosímiles, los relatos de los misioneros y misioneras en los que se denunciaba esta inhumana práctica, bastante común, de las aldeas del Imperio. La pobreza solía llegar a tales extremos que algunos padres se veían abocados al duro trance de tener que regalar sus hijos recién nacidos; y, si ocurría que no había ningún vecino que quisiera quedarse con el desgraciado neonato, a los desventurados padres no les quedaba otra salida que liar un fardo y abandonar a su hijo -y más si era hija- al borde de cualquier camino o en la vecindad del bosque. Las Hijas de la Caridad de aquel entonces, misioneras en China y encargadas de las "casas-cuna" que financiaba la generosidad de la Obra Misional de la Santa Infancia, conocían más que de sobre ese pequeño y tremendo drama del infanticidio. Con sus centros de asistencia a la infancia trataban de poner remedio a la desesperación de los padres que no podían cuidar de alguno de sus hijos y, sobre todo, al inhumano fin de las pobres criaturas.

El mantenimiento de esas instituciones costaba dinero. Costaba más aún la compra de los niños a los padres sin recursos. Los estudiantes del seminario de Lieja, en Bélgica, no se lo pensaron dos veces. Había que sacar de donde fuere dinero para los niños chinos. Costare lo que costare. Corría -y esto parece un cuento, aunque no lo es- el año 1890. El Parlamento inglés había ordenado la emisión de sellos para la correspondencia medio siglo antes; en 1840, a partir de la afortunada iniciativa de un bienintencionado escocés que respondía al nombre de Hill. Diez años más tarde se incorporaba España al conjunto de los países modernos que disponían de sellos para el envío de cartas y paquetes.

Ocurrió lo que tenía que ocurrir. Con la emisión de sellos en todas las naciones de la tierra surgió la filatelia en no pocos países. En todos, más bien. Aquellas pequeñas "estampitas" de vistoso colorido, de esmerada impresión, con las imágenes más varias y muchas veces pintorescas... bien merecían un destino final más honroso que el del cesto de los papeles. Bien ordenadas, agrupadas por temas o por naciones, clasificadas por imágenes o precios, podían conformar una colección de muy rico colorido. Cuanto más vario fuera el material, mejor; cuantos más países se acogieren a las páginas del álbum, mejor que mejor; cuanto más amplio fuere el arco del tiempo del que eran mudos testigos los sellos usados, ¡la repera!

Para responder a la demanda de los coleccionistas se crearon las casas de compra-venta de sellos usados. Uno se pasaba por cualquiera de ellas y solicitaba el sello del país más remoto y desconocido. De ordinario le servían a uno en el acto; en ocasiones tenían que pedirlo al amigo de otra filatelia. Todo se solucionaba... Pero ¡había que pensar! ¿Cómo era posible que las casas de filatelia contaran con sellos de todos los países?

Aquí entran en liza los estudiantes del hace poco evocado seminario belga de Lieja. Se dieron a recoger sellos usados en sus hogares, en los hogares de sus amigos, en los hogares cuyos dueños contaban con algún establecimiento. Aprovechando los tiempos de recreo fueron "tratando" los sellos: tomaban un puñado de sellos usados, los echaban a un recipiente con agua fría y sal, los mantenían en el baño durante tres cuartos de hora, más o menos. A continuación despegaban los sellos del papel del sobre al que habían estado adheridos y los iban colocando, con la cara para arriba, uno a uno sobre un papel limpio o sobre una tela. Procedían luego a clasificar los sellos, ya secos, según países, según colores, según precios, según las figuras. Con cada cien sellos iguales hacían unos paquetes que ataban, no con hilo o cuerda, sino con tiras de papel, a ser posible de celofán... ¡Ya no quedaba sino pasarse por la casa de compra-venta de sellos y ofrecer al tendero la mercancía! Habían clasificado en el primer año 1.000 millones de sellos. Los beneficios de su venta los pusieron de inmediato al servicio de las casas-cuna de las misiones. O de las escuelas y colegios. O de las catequesis...

Grupo de Filatelia Misionera de Illueca (Zaragoza)

 

Pero,¿es que hay alguien dispuesto a pagar algunos euros por unos miles de sellos usados, de esos vulgarísimos sellos que utilizamos a diario? En Japón, en China, en Sudáfrica, en Bolivia y Perú las gentes usan sellos, por miles, por millones, por cientos y miles de millones. Son, por descontado, vulgares y corrientes... sus ojos. Pero, ¿lo son también para nuestra mirada? ¿Cuántos de esos sellos filipinos o coreanos, argentinos y cubanos, norteamericanos y ucranianos se posan en nuestras mesas? Sólo si en algún lejano punto de la tierra grupos de jóvenes, o de novicias, o de religiosos y laicos... se deciden a recoger, lavar y clasificar sellos usados, y a venderlos a las casas especializadas, sólo en ese caso, las filatelias de Barcelona, Sevilla, Madrid o Bilbao podrán poner a la venta, al alcance de cualquier improvisado coleccionista de España, los sellos que previamente han adquirido ellas en los más variados países. Y viceversa: el coleccionista canadiense o indio sólo podrá satisfacer su ilusión de cubrir las páginas de su álbum con sellos españoles -que, por desconocidos, les parecerán nada vulgares- si las filatelias de Asia o de América han intercambiado su brillante mercancía con las filatelias españolas.

¡Los niños de las misiones podrán comer ese día un poco mejor!

 

 

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