Juan Pablo II y las otras religiones

 

Por Ernesto LETTIERI

Fides

(Extracto)

 

Al inicio de dos importantes documentos del Vaticano II, Ad Gentes (n. 1) y Nostra Aetate (n. 1), queda bien clara la idea de Iglesia que el Concilio quiere poner en evidencia, como sacramento universal de salvación para todos los hombres y sacramento de unidad dentro del género humano. Tal concepto lo encontramos sintetizado de modo más evidente en la Lumen Gentium, la constitución dogmática sobre la Iglesia que ha hecho de sostén, junto con la constitución Gaudium et Spes, de todo el magisterio de Juan Pablo II. El Concilio ha heredado de la Tradición tal concepto, ampliándolo de contenido y evidenciándolo mayor y solemnemente. Continuando con esta Tradición, los 25 años de pontificado del papa Wojtyla no representan sino la actualización y el testimonio apostólico y pastoral de este concepto de Iglesia como «sacramento».

Para Juan Pablo II estos dos conceptos fundamentales de fe –la Iglesia como sacramento universal de salvación y sacramento de unidad dentro del género humano– no representan sólo la naturaleza íntima de la Iglesia, sino también dos desafíos pastorales y misioneros a los que ha querido responder por medio de su pontificado y en particular por su magisterio.

 

El magisterio de Juan Pablo II sobre las otras religiones

Todo el magisterio del papa sobre otras religiones es leído e interpretado dentro de este contexto teológico, pastoral y espiritual que hemos trazado. 

Ya en su encíclica Redemptoris Hominis se pueden encontrar los puntos fundamentales de las enseñanzas de Juan Pablo II sobre las otras religiones. En este documento el papa nos hace comprender pronto cuál es la labor fundamental de la Iglesia: la misión. Esto es, la labor de llevar a todos los hombres la redención de Cristo. Desde este punto de vista la Iglesia está llamada a dialogar con el fenómeno humano en cuanto tal. En los números 6, 11 y 12 del documento se habla más precisamente del diálogo que la Iglesia debe sostener con el fenómeno religioso en sentido amplio y con las religiones en sentido específico.

Así, desde esta encíclica se puede ya notar cómo Juan Pablo II trata de las otras tradiciones religiosas desde dos puntos de vista fundamentales: uno, las otras tradiciones religiosas, con quienes la Iglesia está llamada a dialogar, son consideradas por el papa como una emanación de la acción universal del Espíritu Santo que sopla más allá de los confines visibles de la Iglesia; dos, las otras religiones deben ser interpretadas a la luz de la misión que tiene la Iglesia de llevar  la redención de Cristo a todos los hombres.

 

«El viento sopla donde quiere»

Los dos puntos de vista fundamentales por medio de los cuales el papa ha tratado a las otras religiones se pueden deducir de varios discursos e intervenciones suyas, pero en particular de dos encíclicas muy importantes. La primera es la encíclica sobre el Espíritu Santo, Dominus et Vivificantem, quinta de su pontificado. En ésta se exalta no sólo la persona del Espíritu Santo, sino también su acción en la Iglesia y en el mundo. En particular en el número 53 se demuestra que «el viento sopla donde quiere» y por ello la Iglesia debe tener la capacidad de saber mirar para descubrir ese Espíritu que lleva al cumplimiento del diseño de la voluntad del Padre de recapitular todas las cosas en Cristo (cf. Ef 1,3-14). En el número 64, por el contrario, trata de modo admirable la Iglesia como signo e instrumento de la presencia y de la acción del Espíritu vivificante. Y refiriéndose a la Lumen Gentium trata de la Iglesia como sacramento de la unidad de todo el género humano que se enraíza en el misterio no sólo de la redención sino de toda la creación: «...la acción desarrollada por la Iglesia en la historia de la salvación e inscrita en la historia de la humanidad es realizada y operada por el Espíritu Santo, soplo de vida divina que insufla la peregrinación terrena del hombre y hace concluir toda la creación –toda la historia– a su término en el océano infinito de Dios» (DVi, 64).

Si ya en la encíclica sobre el Espíritu Santo encontramos los presupuestos teológicos fundamentales para afirmar que el Espíritu sopla fuera de las fronteras visibles de la Iglesia y por tanto en las mismas religiones no cristianas, sin embargo, sólo en la encíclica Redemptoris Missio sobre el mandato misionero de la Iglesia el papa pone de relieve de un modo más explícito y evidente la relación universal del Espíritu Santo con la acción misionera y sacramental de la Iglesia y las otras tradiciones religiosas. Todo el capítulo 3 de la encíclica habla del Espíritu Santo como protagonista de la misión, y más concretamente en los números 28 y 29 nos presenta una verdadera y propia teología de las religiones en una perspectiva pneumatológica.

 

Grandes líneas doctrinales del magisterio de Juan Pablo II sobre las otras religiones

¿Cuál es la doctrina fundamental, desde el punto de vista teológico, de toda la enseñanza de Juan Pablo II sobre otras religiones?

Como antes, es necesario decir que no es fácil deducir los trazos esenciales del magisterio papal sobre otras religiones. En esta problemática se entremezclan múltiples aspectos teológicos. En estos 25 años el papa ha tratado estos argumentos con diversos contextos, bajo diversos puntos de vista. Por ello no es fácil sintetizar una riqueza tal.

Los puntos doctrinales que nos parecen fundamentales en el magisterio de Juan Pablo II son los siguientes:

1. La presencia universal y operante del Espíritu Santo sin límites de tiempo o espacio.

2. El Espíritu Santo que actúa por medio de la semilla de la palabra.

3. El Espíritu Santo que actúa en el corazón dándole luz y fuerza para responder a su vocación.

4. La acción del Espíritu que toca también la «dimensión social» del hombre y por ello también las religiones.

5. La actuación completa de la Iglesia hacia esta presencia universal del Espíritu y en particular hacia las otras tradiciones religiosas.

El siguiente paso es evidenciar el desarrollo y la coherencia interna de estas cinco líneas en el ámbito de los 25 años de pontificado de Juan Pablo II.

 

Desarrollo de las líneas doctrinales

El primer punto, referente a la acción universal del Espíritu, está contenido, como ya señalamos, en RM, DV y en RH, así como en el texto conciliar de GS 22. Por el contrario, las raíces bíblicas de esta acción del Espíritu se pueden encontrar en Jn 3,8 y en Sab 1,7.

De estos textos Juan Pablo II entiende que en la acción universal del Espíritu Santo no está disminuido el dato histórico de la salvación que se realiza por medio del hombre concreto que fue Jesús de Nazaret. Más bien quiere demostrar la envergadura universal de esta salvación que es alcanzable a todo hombre por obra del Espíritu. Según el papa, considerando esta visión pneumatológica del evento de Cristo es como podemos atribuir al cristianismo un valor universal: «Si está destinada a todos, la salvación debe estar en verdad a disposición de todos» (RM, 10).

Para aquellos que han nacido y crecido en condiciones socioculturales diversas del contexto cristiano y educados en otras tradiciones religiosas se tiene que: «Para ellos, la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental [y] permite a cada uno llegar a la salvación mediante su colaboración» (RMi, 10).

En el 2° punto doctrinal se demuestra cómo esta universal presencia del Espíritu puede tocar a todo hombre en relación con la redención operada por Cristo. Para el papa, el modo como se realiza todo esto es por la acción del Verbo de Dios, que esparce su semilla de verdad y bien. De la antigua doctrina de los semina verbi, Juan Pablo II habla en relación con las otras religiones en RH, 11 y en RM, 28, evidenciando el hecho de que esa enseñanza no está sólo ligada a Cristo sino también a la acción universal del Espíritu de verdad.

Esta doctrina de Juan Pablo II, inspirada en el cuarto evangelio, hace comprender que a la luz de la misma ambas economías, la del Verbo y la del Espíritu, pueden ser interpretadas y realizar la unidad del cosmos y de la historia: la unidad de la familia humana de quien la Iglesia es sacramento. La universal unidad fundada en el evento de la creación y de la redención no puede sino dejar una traza en la realidad viva de los hombres, incluso los que pertenecen a otras religiones. Por ello el Concilio invita a la Iglesia a descubrir y repensar los gérmenes del Verbo presentes en tales religiones.

El 3° y 4° puntos nos ayudan a comprender el lugar antropológico y de la creación en el que son esparcidas estas semillas del Verbo por obra del Espíritu Santo. La pregunta a la que se quiere responder en estos puntos es: ¿dónde actúa esa gracia y qué produce en el ámbito de la creación? El papa nos hace comprender que la gracia actúa tanto en lo íntimo del corazón humano como en todos los aspectos sociales de la persona, y entre ellos sobre todo la religión y las religiones.

Según Juan Pablo II, el Espíritu hace que el hombre sea fundamentalmente religioso. ¿Cómo? Donando al hombre aquella luz y aquella fuerza que lo hace capaz de responder a su vocación humana y divina (cf. RH, 28), sobre todo en la oración o cuando en su actividad humana se esfuerza por tender a la verdad, al bien y a Dios. (VS, 94).

Si esto es lo que el Espíritu realiza en el corazón de la persona, ¿qué realiza en el ámbito específico de la religión y las religiones?

Para Juan Pablo II es un hecho que «la presencia y la actividad del Espíritu no afectan sólo a los individuos sino a la sociedad y a la historia, a los pueblos,  las culturas, religiones... Es el Espíritu quien esparce las semillas del Verbo presentes en los ritos y las culturas y las prepara para madurar en Cristo» (RM, 28).

Sobre las bases doctrinales de GS, 22, AG, 3,9,11 y del documento Diálogo y Anuncio de 1991, el papa llega incluso a decir en una audiencia de 1998 que los seguidores de otras religiones responden positivamente a Dios y reciben la salvación en Cristo cuando practican aquello que es bueno en la propia tradición religiosa, aunque no reconozcan a Jesús como su salvador.

Pero entonces, ¿cuál es la actitud que la Iglesia debe asumir frente a las otras religiones? En el punto 5° Juan Pablo II responde que las religiones, en virtud del soplo del Espíritu, son consideradas por la Iglesia como praeparatio evangelica (RM, 29; DVi, 54; TMA, 6). Para el papa, la actitud de la Iglesia tiene tres características fundamentales: a) Profunda estima y sincero respeto hacia todas las otras tradiciones religiosas, sin olvidar la naturaleza misionera de la Iglesia; b) el diálogo como la característica fundamental que cualifica a la Iglesia como sacramento de unidad del género humano; c) sobre la base de Nostra Aetate 1, la diaconía, el servicio de la unidad en relación con toda la comunidad humana.

 

Conclusión

Concluyendo este análisis no podemos olvidar aquel «grito» que Juan Pablo II lanzó al inicio de su pontificado: «¡No tengan miedo! Abran de par en par las puertas a Cristo...». El papa destacó aquel grito de fe y de espiritual novedad también a propósito de las otras religiones para que la Iglesia, guiada por el Espíritu de Cristo y del Padre, pueda abrirse al futuro con más esperanza para continuar siendo en el mundo sacramento de salvación y de unidad de todo el género humano.