PONTIFICIA UNION MISIONAL

UNIDOS PARA ANUNCIAR A CRISTO A TODOS LOS PUEBLOS
Vandemecum de la Pontificia Unión Misional

MENSAJE

De su Eminencia el Cardenal Jozef Tomko
Prefecto de la Congregación
para la Evangelización de los Pueblos

“Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo” (Redemptoris Missio 92)

Estas palabras, cargadas de confianza y como proféticas, que Juan Pablo II escribe como conclusión de su Encíclica misionera, anuncian el “kairos” y el  momento privilegiado de la misión, a caballo entre el segundo y tercer milenio cristiano, pero el “Si” condicional connota una exigencia muy fuerte.

El Papa Pablo VI había ya afirmado en su Exhortación Apóstólica Evangelii Nuntiandi, que “vivimos en la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu… Ahora bien, si el Espíritu de Dios ocupa un puesto eminente en la vida de la Iglesia, actúa todavía mucho más en su misión evangelizadora.  No es una casualidad que el gran comienzo de la evangelización tuviera lugar la mañana de Pentecostés, bajo el soplo del Espíritu” (EN 75).

Juan Pablo II se presenta realmente hoy, por su ejemplo y su ministerio, como el primer misionero y como el misionero universal.  La Encíclica Redemptoris Missio es fruto de sus viajes “hasta los últimos confines de la tierra para poner de manifiesto su solicitud misionera” (RM 1) y, al mismo tiempo, la gran Carta Magna destinada a inspirar la actividad de la Iglesia misionera en vísperas del nuevo milenio.  El fruto que de ella se espera es, sobre todo, una profundización en el conocimiento de la misión “ad gentes” y del deber misionero de todos los miembros de la Iglesia.

Bajo la perspectiva de esta renovación misionera, las Obras Misionales Pontificias se presentan, hoy más que nunca, como algo preciado y actual: la Propagación de la Fe, la Obra de San Pedro Apóstol, la Santa Infancia y la Unión Misional, a las que incumbe el deber fundamental de Unión Misional, a las que incumbe el deber fundamental de la formación del espíritu misionero en el seno del Pueblo de Dios.

El papel de la Unión Misional hoy debe ser reconocido como particularmente importante y necesario.

La más jóven de las Obras Misionales Pontificias, fundada por el Venerable Paolo Manna, tiene como fin inmediato y específico, según la Encíclica Redemptoris Missio, “la sensibilización y formación misionera de los sacerdotes, religiosos y religiosas que, a su vez, deben cultivarla en las comunidades cristianas, además, trata de promover otras Obras, de las que ella es el alma” (RM 84).

Animando a los animadores del Pueblo de Dios, la Unión Misional sostiene “el esfuerzo de la Iglesia entera en pro de la misión”, como dijo el Papa Juan Pablo II en su homilía de la misa de la fiesta de la Ascensión en 1991, que él mismo presidía en San Pedro con ocasión del 75° aniversario de la fundación de esta Unión.

Dirigiéndose a los miembros del Dicasterio misionero y a los directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias que concelebraban con él la misa del 75° aniversario, el Papa les exhortaba “a no cesar jamás de preocuparse por la formación misionera de los sacerdotes, de los miembros de las comunidades religiosas y de los aspirantes al ministerio presbiteral y a la vida consagrada.  La importancia de esta obra de formación es evidente”.

Como responsable del  Dicasterio que, en nombre y con la autoridad del Santo Padre, dirige y coordina la actividad y cooperación misioneras de toda la Iglesia, reconozco la validez y eficacia del servicio de información, concientización y animación que la Unión Misional lleva a cabo en beneficio de las Iglesias locales tanto antiguas como jóvenes.  De esta formación constante en el espíritu misionero esperamos que florezcan vocaciones misioneras, sumamente necesarias, y que florezca también la generosidad de los fieles para satisfacer las diversas necesidades de las misiones.

Invito, por tanto, a todos y, en particular, a los directores nacionales y diocesanos de las Obras Misionales Pontificias y a los animadores de la cooperación misionera a ofrecer su apoyo cordial a la Unión Misional y a las iniciativas que ella suscita, tanto a nivel internacional, como nacional y diocesano, para garantizar a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y religiosas y a cuantos trabajan en el ministerio pastoral una seria formación misionera.

A este respecto me parece muy oportuna la publicación de este VADEMECUM preparado por los miembros del Secretariado Internacional.  Presenta la historia y la finalidad, la organización y las actividades de la PONTIFICIA UNION MISIONAL de manera neta t clara.  Deseo que este Vade-mecum sea ampliamente distribuido en los seminarios, entre los sacerdotes y en las comunidades religiosas de todas las iglesias locales, tanto antiguas como de los países de misión.

Es importante que en esas Iglesias se conozca más la Unión Misional, en colaboración con las demás Obras Misionales Pontificias, para que, sirviéndose de los medios que ella ofrece, sepan los agentes pastorales de las nuevas comunidades cristianas desarrollar en el seno de éstas un ferviente compromiso misionero.

Josef Card. Tomko
Roma, 25 de marzo de 1993
Festividad de la Anunciación del Señor

PREFACIO

Hablando repetidamente de la Unión Misional en encuentros con sacerdotes, religiosos y religiosas sobre todo de las Iglesias jóvenes, me propusieron varias veces que se les preparase una presentación clara, simple y convincente de la Unión Misional, de su finalidad, espíritu y organización.
Esta petición se reiteró aún más encarecidamente con ocasión del 75° aniversario de su fundación, celebrado en Roma en 1991, durante la Asamblea General del Consejo Superior de las Obras Misionales Pontificias.
Los miembros del Secretariado, que eran los primeros convencidos de la necesidad de estudiar y ofrecer todo lo que fuese eficaz para dar a conocer mejor la Unión Misional, y ayudados por la colaboración cualificada y entusiasta del P. Omer Tanghe, llevaron ya a cabo varias iniciativas a este respecto: un video-cassette sobre el 75° aniversario de la Unión Misional, un número monográfico de Omnis Terra sobre la Unión (mayo 1992) y un depliant para ilustrar la Obra.
El VADEMECUM que ahora publicamos y que comienza con el mensaje de ánimo y de apoyo del Cardenal Tomko, es la ayuda más exigente y esperamos que eficaz. Consta de cuatro breves capítulos: dos para presentar la realidad misionera en que se sitúa la Unión Misional, y dos para explicarla.

De “La misión hoy” (cap. 1) y del hecho que “La misión es el alma de la vida sacerdotal, de la vida consagrada y de la vida de los animadores laicos misioneros y de los agentes pastorales (cap. 2), pasamos a ilustrar la Unión Misional considerando “su historia” (cap. 3), para terminar con “La organización y las actividades” de la misma (cap. 4).
La publicación de este VADEMECUM se sitúa a 30 años de distancia de la publicada por el Secretariado Internacional en 1963, durante el Concilio Vaticano II.
No obstante, teniendo en cuenta la posición y el contenido de esta primera edición, que se distingue por su claridad y por su carácter exhaustivo, no puede considerarse esta nueva publicación como una edición revisada del Vademecum de 1963, debido a los cambios y progresos que se registraron con respecto a las misiones y a las Obras Misionales Pontificias desde 1963 hasta nuestros días y, en especial, con respecto a la Unión Misional. Estos cambios fueron hasta tal punto importantes que obligan a ser creativos y a renovarse para revivir el espíritu y los compromisos de esta Obra, fundada por el P. Paolo Manna.
Estamos convencidos de que no ofrecemos una ayuda tan perfecta como para responder a todas las expectativas de cuantos se interesan por la Unión Misional y desean ser miembros de la misma.
Pero sí esperamos que estas páginas, escritas con amor y sinceridad, ayuden a los sacerdotes, seminaristas, religiosos, religiosas y agentes pastorales que las lean a apasionarse cada vez más por la misión ad gentes y a encontrar en la Unión Misional un camino seguro hacía la santidad y la misión, que ella ofrece a cuantos son llamados a ser los animadores del pueblo de Dios.

P. Mario Bianchi, imc
Secretario General
Pontificia Unión Misional

Capítulo 1
LA MISION HOY

La Iglesia, que cree en la permanencia de su misión en el mundo, se encuentra a finales de este segundo milenio en situaciones misioneras profundamente distintas de las que conoció durante siglos, que le imponen nuevas tareas.

Como dice el Papa Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris Missio, el Concilio ha producido ya abundantes frutos misioneros; pero en esta “nueva primavera” del Cristianismo hay también confusión e imprecisiones acerca de la misión: ... “la misión específica ad gentes parece que se va parando... Dificultades internas y externas han debilitado el impulso misionero de la Iglesia hacia los no cristianos, lo cual es un hecho que debe preocupar a todos los creyentes en Cristo” (RM 2).

En efecto, la misión tiene como punto de partida la fe y la resurrección. Tenemos que recordar constantemente que se trata de Cristo resucitado y que, si bien hay cambios que afectan a la Iglesia y al mundo, hay valores que no cambian, por la sencilla razón de que están basados en Cristo, inmutable, ayer, hoy y por toda la eternidad. “A él se refiere toda generación cristiana, a la que se le pide que se justifique como comunidad misionera. Es en él donde vemos que Dios se preocupa por la suerte del mundo y que rescata y libera a los hombres con vistas a una nueva manera de vivir juntos, en su espíritu. La misión de la Iglesia sigue consistiendo en dar testimonio de él y en hacerle visible en la vida de las naciones, en cada período de la historia...” (Obispos holandeses, Una nueva época misionera, 1974).

La misión es y sigue siendo indispensable, porque sólo Jesucristo puede salvar al hombre y al mundo. La salvación de los hombres, pueblos y culturas sólo puede venir de él, el Hijo único de Dios que nos lo ha revelado.

“La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros” (Redemptoris Missio 11). La renovación de la vida en él es una Buena Nueva para el hombre de todas las épocas. Este mensaje es único y explica las razones de ser de la misión. “Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6). Dios se ha manifestado en Cristo. Desea que, en el Verbo y por el Verbo y la persona de Jesucristo demos un sentido a nuestra fe en Dios y a nuestra relación con los demás. Después de los acontecimientos de Pentecostés, Pedro no dudó en declarar a los jefes de los judíos que “no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4,12).

“No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios” (Evangelii Nuntiandi 22).

“Esta es la última razón por la que todos los hombres deben encontrar a Jesús. Tal es la esencia del mensaje de Jesús y, en él y por él, de la Iglesia. Por eso el pueblo de Dios en marcha no debe ser solamente “apostólico” sino igual y fundamentalmente “misionero” en su inspiración y en su compromiso” (Cardenal Tomko, COMLA III, Bogotá, julio 1987).

1. Situación global de la misión.
Es en el mundo de hoy donde debe hacerse el anuncio de Jesucristo, Hijo único de Dios, Camino, Verdad y Vida para todos los hombres, en los umbrales del tercer milenio. En su Encíclica misionera Redemptoris Missio el Papa Juan Pablo II escribe que “la sentencia de Tertuliano, según la cual ‘el Evangelio ha sido anunciado en toda la tierra y a todos los pueblos’ está muy lejos de su realización concreta:
La misión ad gentes está todavía en los comienzos” (RM 40).
Antes de reflexionar sobre la misión de hoy y sobre la actualidad y urgencia de cumplir el mandato misionero, nos parece indispensable ofrecer unas cifras sobre la situación religiosa global tal y como se presenta actualmente. Según el Anuario Estadístico de la Iglesia de 1990, válido hasta el 1° de enero 1991, sobre una población mundial de 5.251.238.000 personas, el 23%, es decir, 1.207.784.740, no tienen ningún contacto con el Cristianismo; el 44%, o sea, 2.310.544.720 tienen un cierto contacto o conocen la existencia del Cristianismo, pero poco o nada a Cristo y su Evangelio.
Es a ese 67% de la población mundial a los que se llama “no cristianos”: las “gentes”.
Hay un 33% de cristianos a través del mundo, de los que el 17.68%, es decir, 928.500.000 son católicos.
Los 5.251.238.000 habitantes de la tierra y los 928.500.000 católicos se reparten así por continentes:

AFRICA:        638.121.000 habitantes,   88.899.000 CATOLICOS, es decir, el 13.93%.

AMERICA:      723.648.000 habitantes, 461.264.000 CATOLICOS, es decir, el 63.74%.

ASIA:         3.149.064.000 habitantes,   86.012.000 CATOLICOS, es decir el 2.73%.

EUROPA:        713.908.000 habitantes, 285.294.000 CATOLICOS, es decir, el 39.96%.

OCEANIA:        26.497.000 habitantes,    7.031.000 CATOLICOS, es decir, el 26.57%.

Total:         5.251.238.000 habitantes, 928.500.000 CATOLICOS, es decir, el 17.68%.

El aumento del número de habitantes fue de unos 86.014.000: 60.052.000 en Asia, 12.349.000 en América, 8.148.000 en Africa, 4.984.000 en Europa y 481.000 en Oceanía.
El aumento del número de católicos se eleva a 22.154.000 (contra los 15.439.000 el año pasado). Este importante aumento se distribuye de la siguiente manera: 9.796.000 en América, 5.334.000 en Asia, 3.661.000 en Europa, 3.289.000 en Africa y 74.000 en Oceanía. El aumento con respecto al año precedente es importante en América (9.796.000 contra 7.046.000), en Asia (5.334.000 contra 2.347.000) y en Europa (3.661.000 contra 2.232.000); pero hay un descenso en Africa (3.289.000 contra 3.727.000) y en Oceanía (74.000 contra 87.000).
Un dato positivo y alentador es el aumento del porcen-taje general de católicos en el mundo: según estas estadísticas, se eleva a 17.68% con respecto a la población mundial, lo cual significa un aumento de 0.13% con respecto al año precedente. Este aumento engloba el aumento en todos los continentes (0.39 en Africa, 0.27 en América, 0.23 en Europa, 0.12 en Asia (excepto Oceanía, donde el porcentaje bajó a 0.22). (Agencia internacional Pides, 19 de septiembre de 1992, n°. 3749).
“El número de los que aún no conocen a Cristo ni forman parte de la Iglesia aumenta constantemente, más aún, desde el final del Concilio, casi se ha duplicado. Para esta humanidad inmensa, tan amada por el Padre, que por ella envió a su propio Hijo, es patente la urgencia de la misión” (RM 3).

2. La misión “ad gentes”
Está claro que la misión se hace hoy en otras circunstancias y con otros métodos que hace unos años. “Hoy nos encontramos ante una situación religiosa bastante diversificada y cambiante; los pueblos están en movimiento; realidades sociales y religiosas, que tiempo atrás eran claras y definidas, hoy día se transforman en situaciones complejas ... algunos se preguntan si aún se puede hablar de actividad misionera específica... o más bien se debe admitir que existe una situación misionera única, no habiendo en consecuencia más que una sola misión, igual por todas partes ... (RM 32).
El Papa pone el acento sobre la complejidad de un mareo religioso en plena evolución, pero también alerta sobre el peligro de una nivelación de las diversas situaciones y de una reducción o incluso desaparición de la misión y de los misioneros ad gentes. “Afirmar que toda la Iglesia es misionera no excluye que haya una específica misión ad gentes; al igual que decir que todos los católicos deben ser misioneros, no excluye que haya ‘misioneros ad gentes y de por vida’, por vocación específica” (RM 32).
Digamos que hay hoy tres situaciones y tres formas de evangelización. Son complementarias y están, a veces, entremezcladas las unas con las otras:

— la actividad pastoral de las comunidades cristianas mismas;

— la nueva evangelización de aquellos que se alejaron del Cristianismo y se tornaron indiferentes de frente a la Iglesia y al Evangelio;

— la actividad misionera específica o la misión ad gentes: la misión ante los no cristianos, ese 67% de la población mundial para los que el Papa pide una atención participar y prioritaria.
Es importante que reconozcamos los aspectos actuales de la misión ad gentes. La mayor parte de los no cristianos se encuentran aún hoy en día en los países del Sur, pero los hay igualmente y cada vez más en los países industrializados del hemisferio norte.
Asistimos igualmente al nacimiento de mundos y fenómenos sociales nuevos que dan a esta misión ad gentes un horizonte inmenso e ilimitado. Pensemos en el éxodo rural y en el crecimiento de las poblaciones en las ciudades gigantescas de los países meridionales, en el aumento de los jóvenes y en los numerosos emigrantes, en la depauperación, en el mundo de la comunicación, en la problemática de la paz y del desarrollo, en la promoción de la mujer, en la defensa de los derechos humanos de los pueblos, de los niños y de la creación entera.
Es en este contexto de “horizontes de la misión ad gentes (RM cap. IV) donde hay que situar la cooperación misionera. En el mareo de esta cooperación misionera una tarea inmensa está confiada a la Pontificia Unión Misional, por el hecho de dirigirse sobre todo a los sacerdotes, religiosos y religiosas y a los agentes pastorales que son los primeros responsables de la animación y de la formación misionera del pueblo de Dios.

Capítulo II

LA MISION, ALMA DE LA VIDA SACERDOTAL, DE LA VIDA CONSAGRADA,
DE LA VIDA DE LOS ANIMADORES MISIONEROS Y DE LOS AGENTES PASTORALES

1. La Dimensión Misionera

a) En la vida sacerdotal
“Nuestro sacerdocio no es sino la prolongación del sacerdocio de Cristo, nuestro Gran Sacerdote. El sacerdocio de Cristo es un sacerdocio esencialmente misionero... y si nuestro sacerdocio no está inspirado en la misión, le falta una dimensión esencial” (Pío XI, Alocución pronunciada en el II Congreso Internacional de la P.U.M., 1936).

Según el Concilio Vaticano II, la dimensión misionera del sacerdocio ministerial tiene su fundamento en el sacramento del Orden: “porque el don espiritual que recibieron los presbíteros en la ordenación no los dispone para una cierta misión limitada y restringida, sino para una misión amplísima y universal de salvación ‘hasta los extremos de la tierra’ (Hch 1,8), porque cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los apóstoles” (PO 10).

Pablo VI afirma en Evangelii Nuntiandi:

“Lo que constituye la singularidad de nuestro servicio sacerdotal, lo que da unidad profunda a la infinidad de tareas que nos solicitan a lo largo de la jornada y de la vida, lo que confiere a nuestras actividades una nota específica, es precisamente esta finalidad presente en toda acción nuestra: anunciar el Evangelio de Dios” (EN 68).
Es lo mismo que subrayaba Juan Pablo II en su Encíclica Redemptoris Missio: “Todos los sacerdotes deben de tener corazón y mentalidad misioneros, estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, atentos a los más alejados y, sobre todo, a los grupos no cristianos del propio ambiente. Que en la oración y, particularmente, en el sacrificio eucarístico sientan la solicitud de toda la Igle-sia por la humanidad entera” (RM 67).
Finalmente, en la Exhortación postsinodal Pastores Dabo Vobis, la dimensión misionera se integra perfectamente en la descripción de la identidad sacerdotal y en la formación inicial y permanente, que constituye el tema central del documento. La dimensión misionera, que había aparecido durante el Sínodo de 1990, fue bien recibida e integrada en PDV. Y así, la naturaleza misionera del sacerdote, promovida por la Unión Misional del Clero, es ya doctrina común en la Iglesia. Vivirla significa un reto para todo sacerdote.

b) En la vida consagrada
En cuanto a aquellos a quienes el Señor llamó a la VIDA CONSAGRADA y que se proponen observar los consejos evangélicos, “están obligados a contribuir de un modo especial a la tarea misional, según el modo propio de su Instituto, ya que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia” (CIC can. 783).
Esta participación en la misión universal concierne tanto a los Institutos de VIDA CONTEMPLATIVA como a los de VIDA ACTIVA. Los primeros deben dar “preclaro testimonio entre los no cristianos de la majestad y de la caridad de Dios, así como de unión en Cristo” (RM 69); los segundos deben vivir los valores evangélicos en la predicación, en el servicio y en los inmensos espacios para la caridad (Ib.).
Ya el Concilio Vaticano II había reconocido la extrema importancia de la contribución de los Institutos religiosos a la evangelización del mundo (cf. AG 40).
Evangelii Nuntiandi y Redemptoris Missio confirman que, de hecho, los religiosos jugaron un papel primordial en el pasado y que deben seguir aún jugándolo en la acción misionera de la Iglesia: “Se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su salud y su propia vida. Sí, en verdad, la Iglesia les debe muchísimo” (EN 69).

c) En la vida seglar
La misión de evangelización de la Iglesia no está con-fiada solamente a los sacerdotes y religiosos, sino también a los LAICOS. “La misión es de todo el pueblo de Dios: aunque la fundación de una nueva Iglesia requiere la Eucaristía y, consiguientemente, el ministerio sacerdotal, sin embargo la misión, que se desarrolla de diversas formas, es tarea de todos los fieles” (RM 71).
En primera fila de los laicos que quieren, a su vez, ser evangelizadores se encuentran los catequistas, que constituyen la flor y nata de los servidores de la obra misionera. Señalemos, además, que en el trabajo pastoral hay cada vez mayor variedad de tareas y de servicios que son asumidos por los laicos.

2. La espiritualidad misionera
La dimensión misionera característica del sacerdocio ministerial, de la vida religiosa consagrada y de la vida de los laicos cristianos — Christifideles Laici — está orientada, según la vocación y la función ejercida por cada uno de ellos en la Iglesia, hacia la tarea misionera. Pero esto exige ante todo una espiritualidad misionera porque, como dice la Redemptoris Missio: “Se es misionero ante todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace” (RM 23).
Pero esta espiritualidad no puede ser ajena al compromiso pastoral ni separarse de él. Al contrario, será su fuente profunda y su alma.

a) La espiritualidad misionera del sacerdote
A partir del momento en que el sacerdote se une con todo su corazón y con toda su alma a Cristo, el Buen Pastor, sus más profundos sentimientos, su oración y su sacrificio estarán también abiertos a la salvación de todos los hombres. El sacerdote es, ante todo, un misionero del mundo entero por la universalidad de’ su oración alimentada en la contemplación del misterio de Cristo y de la Iglesia. La celebración de la Eucaristía es, para un sacerdote, el momento y la actividad misionera por excelencia. Deberá velar igualmente por la educación de su comunidad cristiana para que participe ella también en la Santa Misa con un espíritu misionero.
El sacerdote deberá completar su formación teológica y eclesiológica con vistas a desarrollar su espiritualidad misionera e integrarla en su vida. La información que le ofrece la Iglesia le permitirá alimentar su reflexión sobre la presencia de esta Iglesia en el mundo. Consciente del valor salvífico del sufrimiento, ofrecerá sus sufrimientos por las misiones e invitará a los demás a hacer lo mismo.
Viviendo intensamente su espiritualidad misionera, el sacerdote estará en medida de suscitar vocaciones misioneras. Estará eventualmente dispuesto a partir ad gentes, pero en todo caso hará todo lo posible por anunciar el Evangelio en su propio país y a los no cristianos que se encuentren en el campo de su trabajo pastoral.
Está claro que durante sus años de seminario y durante sus estudios, los candidatos al sacerdocio deberán ser formados en este espíritu misionero. Por ello es indispensable que la misión ocupe el centro de la enseñanza y del estudio de la teología y que la oración de los seminaristas, tanto la personal como la comunitaria, esté impregnada de ese espíritu misionero.

b) La espiritualidad misionera en la vida consagrada
Los llamados a seguir al Señor y a servir a la Iglesia en una vida consagrada deberán vivir esta espiritualidad de manera análoga. No deberán encerrarse en el carisma propio y específico de la comunidad de la que son miembros y en la que pronunciaron sus votos, porque de hacerlo así correrían el riesgo de excluir la dimensión universal de su vocación. Y precisamente haber elegido una vida consagrada implica haber sido llamados a seguir a Cristo de manera radical y a servir a la Iglesia sin reserva. Por eso la espiritualidad de la vida consagrada debe ser también misionera, aunque no se lleve a cabo un trabajo específicamente misionero o no se trabaje en un país de misión. Esto vale para todos los religiosos y religiosas así como para las comunidades religiosas, aunque su tarea no sea específicamente misionera o no trabajen en un país de misión.
Lo que se dijo de los candidatos al sacerdocio vale también para los religiosos en período de formación. La dimensión misionera deberá formar parte de su vida espiritual a lo largo de los años de estudios, durante los cuales se preocuparán también por seguir la actualidad misionera mediante los mass media de la Iglesia.

c) La espiritualidad misionera en la vida de los animadores misioneros y de los agentes pastorales
El decreto conciliar Ad Gentes recordaba que la participación de los LAICOS en la obra misionera de la Iglesia exigía por sí misma una “profunda renovación interior” (AG 35). Esos laicos deberán incrementar sus conocimientos y su amor por la misión, alimentarlos con la oración y el sacrificio y recurrir a todo tipo de ayuda y de apoyo a su alcance. Harán todo lo que esté de su parte para favorecer las vocaciones misioneras.
La espiritualidad misionera, y esto vale para todos los bautizados, tiene dos características constantes y fundamentales, pero que son compatibles con la diversidad de vocaciones y de ministerios: la COMUNIÓN y la SANTIDAD. La comunión, porque todos los que pertenecen a la Iglesia deben ser conscientes de que son corresponsables en el anuncio del Evangelio a los que aún no lo conocen. La santidad, porque “la vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión” (RM 90).

La Redemptoris Missio afirma que la espiritualidad misionera se manifiesta en la docilidad al Espíritu. “Será el Espíritu quien los conducirá por los caminos arduos y nuevos de la misión” (RM 87). La espiritualidad misionera tiene su fuente en el “misterio de Cristo que ha sido enviado” (RM 88) y en un amor apostólico por la Iglesia y por los hombres (cf RM 89).

d) La Pontificia Unión Misional fue fundada con la fina-lidad, que sigue siendo la suya hasta el día de hoy, de sensibilizar y formar a los animadores de la comunidad cristiana y, sobre todo, a sus pastores, ante los problemas misioneros. La Encíclica misionera de Juan Pablo II es muy clara a este respecto (cf. RM 84).
Por eso la Pontificia Unión Misional es el instrumento por excelencia que permite realizar las dos características fundamentales de la cooperación misionera en función de la misión ad gentes: la comunión y la santidad.
La COMUNIÓN: porque el anuncio del Evangelio de Cristo ha sido confiado al colegio de los Obispos bajo la dirección de Pedro. A lo largo de la historia de la Iglesia, es el colegio de los apóstoles el que asume esta función bajo la dirección del Papa. Los sacerdotes, los demás ministros y los agentes pastorales toman parte en esta misión. En la Evangelii Nuntiandi Pablo VI declara que evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino que es un acto profundamente eclesial porque esto supone que se lleva a cabo en comunión con la Iglesia y con sus Pastores (cf. EN 60).
La Pontificia Unión Misional es la expresión de la solidaridad y de la unión de los miembros del presbyterium con su obispo. Se trata de una unión cuyo fundamento es fundamentalmente jerárquico y sacramental, que engendra una profunda solidaridad de sentimientos y de espíritu entre los obispos y los sacerdotes y entre los mismos sacerdotes. (cf. PO 7-8).
Por su ordenación, los sacerdotes comparten la solicitud de toda la Iglesia por todas las Iglesias. Están llamados a asumir su parte en la responsabilidad pastoral y universal de los obispos. Su unión y solidaridad con el Papa y con los obispos es, por otra parte, misionera. Por eso, a través de la Unión Misional, el Padre Paolo Manna contribuyó a armonizar la unión y la solidaridad universal en beneficio de la misión. Ambas están inseparablemente unidas en cada pastor de la Iglesia.
La Pontificia Unión Misional desea dar a los animadores de la comunidad cristiana una formación continua para que puedan acrecentar su COMUNIÓN en y a través de sus responsabilidades misioneras. La Unión les dará la ayuda necesaria para conseguir esta SANTIDAD apostólica que el Vaticano II puso de relieve (cf. PO 12-13) y en la que insistió el Sínodo de los Obispos de 1990.
Sólo mediante esta COMUNIÓN y SANTIDAD podrá la MISIÓN ser verdaderamente el alma de la vida sacerdotal y de la Vida consagrada.
Podemos repetir aquí lo que Pastores Dabo Vobis dice a propósito de la relación entre el sacerdote y la Iglesia, misterio de comunión y de misión: “Es en el misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera, donde se manifiesta toda identidad cristiana, y por tanto también la identidad específica del sacerdote y de su ministerio. En efecto, el presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo se configura de un modo especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo” (PDV 12).

Capítulo III

HISTORIA DE LA PONTIFICIA UNIÓN MISIONAL

1. El P. Paolo Manna, fundador de la Unión Misional
El P. Paolo Manna “cuyo nombre debería figurar con letras de oro en los anales de la misión” (Pablo VI) era, ante todo, un misionero. Quería ser misionero y sólo misionero.

Nacido en Avellino (Italia) el 16 de enero 1872, entró en 1891, a la edad de 19 años, en el Instituto de Misiones Extranjeras de Milán. Ordenado sacerdote en 1894, fue enviado a Birmania oriental. Esta primera misión durará 12 años (1895-1907), de los que pasó en Asia solamente ocho, a causa de su frágil salud que le obligó a volver tres veces a Italia y a quedarse por fin allí definitivamente. Este fue el comienzo de su segunda misión.
“En lugar de convertirse en un misionero frustrado que quiere ser útil en su país, fue elegido por la Providencia para ser el animador de un gran movimiento misionero. Se entregará a él en cuerpo y alma para alentar a los creyentes a ocuparse de la evangelización de los increyentes” (Decreto sobre la heroicidad de sus virtudes).

Fue un animador excepcional gracias a su pluma. Durante cuarenta años y hasta su muerte cumplió su vocación y su misión de escritor y periodista. En 1909 publica su libro Operarii autem pavtci, en el que revela su temperamento de fuego. Renueva la revista Le Missioni Cattoiiche y crea otras tres: Propaganda Missionaria, Italia Missionaria y Venga il tuo Regno. Su último libro: Le nostre Chiese e la propagazione del Vangelo es citado en la Encíclica Redemptoris Missio (RM 84).

La Unión Misional del Clero, su principal contribución a la cooperación misionera, fue el fruto de su propia experiencia y de su carisma de animador misionero. Inspirado por el Espíritu, no tenía más que una preocupación: la concientización misionera del clero. Gracias al apoyo que le brindó el obispo Mons. Guido Maria Conforti, fundador de los Misioneros Javerianos, animado también él por un gran celo misionero, esta preocupación dio origen a un proyecto concreto: la fundación de una Unión Misional para el Clero. Conforti lo presentó al Papa Benedicto XV que aprobó la nueva asociación el 31 de octubre 1916.

En 1924 el P. Manna es Superior General de su Instituto misionero. A finales del año 1927 emprende un largo viaje por Asia y América para visitar a sus misioneros. Deja escritas sus impresiones y reflexiones en un periódico voluminoso que será publicado cincuenta años después, en 1977, con el título Osservazioni sul metodo moderno di evangelizzazione. En esta obra intuía ya las necesidades más urgentes que tendría que afrontar una Iglesia misionera. Sus observaciones se anticiparon en no pocos temas a la doctrina y a las directivas del Vaticano II tal y como quedaron definitivamente redactadas en los documentos Ad Gentes, Unitatis Redintegratio y Nostra Aetate.

Terminada su misión de Superior General, el P. Manna se estableció en Ducenta. Aceptó la responsabilidad del seminario diocesano de su Instituto, el PIME, viendo así cumplido uno de sus sueños más acariciados.

En el segundo Congreso Internacional de la Unión Misional en 1936, el P. Manna propone la fundación de un Secretariado Internacional para la Unión. Fue creado en 1937 por Propaganda, que invitó al P. Manna a ser su primer Secretario general. Renunció en 1941 para instalarse definitivamente en Ducenta. Durante estos cinco años había trabajado en pro del desarrollo de la Unión con la energía que le era habitual. Había descrito su finalidad y su espíritu en numerosos artículos y estudios, entre los cuales merecen especial mención Il problema missionario e i sacerdoti (1938), e Ifratelli separati e noi (1941), en los que explica la existencia de un estrecho vínculo entre el ecumenismo y la actividad misionera eficaz.

El último mensaje misionero del P. Manna, como primer superior de la nueva circunscripción meridional del PIME, a los obispos tenía un título significativo: Le nostre Chiese e la propagazione del Vangelo (Nuestras Iglesias y la propagación del Evangelio) (1952). El P. Mauna moría en Nápoles el 15 de septiembre 1952.

La figura del fundador de la Pontificia Unión Misional está resumida en unas palabras sacadas del Decreto sobre la heroicidad de sus virtudes: “Fue un hombre cuyo temperamento de fuego quería cumplir la exclamación de San Pablo: ‘Que él reine’ (1Co 15,25). Persuadido de que la salvación de las almas es la ley suprema y que toda la Iglesia tiene que comprometerse en el servicio de todos los hombres, el P. Manna fue, con su palabra y con sus actos, uno de los grandes instigadores de la renovación misionera de los tiempos modernos”.

Esto explica la veneración que se tributa a este Siervo de Dios, veneración que alienta aún el gran impulso misionero surgido del Vaticano II del que fue, por sus ideas y trabajos, uno de los grandes precursores.

2. La Unión Misional
Según el testimonio de Pío XII, la Pontificia Unión Misional fue el llorón de la vida del P. Paolo Manna, fruto e ilustración de sus ideas, de su celo apostólico y de su santidad.

¿Qué móviles profundos impulsaron al P. Manna a fundar una unión misional para los sacerdotes?

Su experiencia y su conocimiento de la misión le habían permitido descubrir:

— que la evangelización misionera estaba perdiendo dinamismo;

— que la causa de esta pérdida de dinamismo había que buscarla en la división de los cristianos y en su ignorancia de la verdadera situación y de la necesidad de la misión, ignorancia cuyo origen estaba en la falta de espíritu misionero y en el precario compromiso de los sacerdotes, que sólo se ocupaban de su propio apostolado. Si se quería dar a la comunidad de creyentes un nuevo impulso misionero, había que reavivar la conciencia misionera del clero.

a) Finalidad y especificidad
Para ello, el P. Manna sugería tres pistas:

• INFORMAR acerca de la misión universal de la Iglesia. No se desea lo que no se conoce.

• Suscitar ENTUSIASMO. El fervor, el entusiasmo y el espíritu de sacrificio son indispensables para compren-der y realizar la misión.

• AGRUPAR fuerzas y esfuerzos, porque el resultado de la cooperación misionera depende del compromiso solidario de todos los que se sienten llamados a partici-par en ella. La promoción de vocaciones misioneras y la unidad de los cristianos serán también expresiones de una actividad misionera eficaz.

El P. Manna insistía en la necesidad de que se unieran todos los sacerdotes con vistas a la cooperación misionera.

“Sacerdotes, unámonos... Llegó el momento de organizarnos en Unión Misional y de poner el dinamismo de nuestro sacerdocio al servicio de la gran obra de la evangelización”.

Digamos, a guisa de conclusión, que el P. Manna estimaba “que la espiritualidad misionera era esencial para todos los sacerdotes que aspiraban a la santidad. Cuando los sacerdotes lleguen a ser conscientes de la urgencia de la misión y de la responsabilidad misionera que les confiere el sacerdocio, verán como algo natural hacer todos los esfuerzos posibles para transmitir a los creyentes que les están encomendados este mismo espíritu misionero.

b) Propagación
La Unión Misional se propagó muy rápidamente en Italia, en Europa y en los demás continentes, gracias al infatigable fervor del P. Manna, transmitido en sus revistas, libros y congresos nacionales e internacionales. El era el alma de la Unión y su principal promotor.

A su muerte, en 1952, la Unión estaba ya implantada en 50 países a través de todo el mundo. Y siguió desarrollándose aún más durante los cuarenta años que siguieron a su muerte. La Pontificia Unión Misional trabaja hoy, como instrumento de sensibilización y de formación misionera, en unos cien países. Podemos decir que está presente en la mayor parte de las Iglesias donde estaban ya implantadas las demás Obras Misionales Pontificias. Debe su fulgor universal al apoyo que siempre le prestaron los Papas mediante sus grandes Encíclicas misioneras: Maximum Illud de Benedicto XV (1919), Rerum Ecclesiae de Pío XI (1926) y Evangelii Praecones de Pío XII (1951), que afirma: “La Unión Misional es como una fuente que riega los campos que las Obras Misionales Pontificias habían sembrado”.
A partir del Concilio Vaticano II y hasta nuestros días, de Juan XXIII hasta Juan Pablo II y su Encíclica Redemptoris Missio, el Magisterio dio siempre prueba del mismo reconocimiento y estima.

c) La Pontificia Unión Misional ampliada a las Congregaciones religiosas
En 1949 Propaganda Fide extendió la Unión Misional a los religiosos y religiosas mediante el decreto Huic Sacro (14 de julio).

Los miembros de las comunidades religiosas podían ser miembros de la Unión Misional en virtud de la dimensión misionera de su vida consagrada. Expresión de esta dimensión es su participación permanente en las actividades misioneras de la Iglesia, como confirmarían el Vaticano II (AG 40) y el magisterio postconciliar de Pablo VI (EN 69) y de Juan Pablo II (RM 69).

Es incontestable que, gracias a su experiencia diversificada en materia de misión, estas comunidades consagradas, cada una según su propio carisma, han enriquecido considerablemente a la Unión Misional. Pero la Unión Misional es al mismo tiempo una gran ayuda para las comunidades religiosas, sobre todo para las que no son específicamente misioneras. Y sigue alimentándolas y sensibilizándolas en el auténtico espíritu misionero.

d) Congresos misioneros internacionales
Entre las importantes iniciativas tomadas por la Unión Misional a lo largo de sus 75 años de existencia, hay que citar los congresos internacionales.

El primero se celebró del 1 al 3 de enero de 1922 en Roma, con ocasión del centenario de la Obra Misionera Pontificia de la Propagación de la Fe. Se votó en él una moción por la que se instituía la enseñanza de la misionología en los seminarios.

El segundo congreso internacional se celebró también en Roma, del 11 al 13 de noviembre de 1936. Se decidió en él la creación de un secretariado internacional, cuya dirección fue confiada al P. Paolo Manna.

El tercer congreso tuvo lugar del 5 al 8 de septiembre de 1950 y propuso el proyecto de creación de la Unión Misional en todos los países. Se invitó a los sacerdotes a celebrar la jornada misionera de los sacerdotes el 3 de diciembre, fiesta de San Francisco Javier, y a tomar a pecho el problema ecuménico.

e) Carta apostólica de Pablo VI: “Graves et Increscentes”, con ocasión del 500 aniversario de la Unión Misional (5 de septiembre de 1966).

En este valioso documento, el Papa Pablo VI presenta con la inteligencia, claridad y equilibrio que le caracterizan la finalidad y peculiaridades de la Unión Misional en la Iglesia postconciliar.

La Unión Misional tiene algo muy específico: “sus miembros adquieren conciencia de la riqueza espiritual que para ellos mismos supone el sacerdocio único, eterno e indivisible de Cristo viviéndolo concretamente”. Y este sacerdocio es esencialmente “misionero”.

Esto significa que, "dado que Cristo es el primer misionero, los sacerdotes, en virtud del sacramento del Orden que recibieron, deberán, a su vez, presentarse como misioneros".

Existen otras Obras Misionales Pontificias: la Pontificia Obra Misional de la Propagación de la Fe, la Pontificia Obra Misional de San Pedro Apóstol y la Pontificia Obra Misional de la Santa Infancia. Podríamos decir que la Unión Misional es el alma de todas ellas. Su tarea esencial consiste en promoverlas, formando en el espíritu misionero a los pastores y a los animadores de la comunidad cristiana.

f) Celebración del 75° aniversario: Roma, mayo de 1991
El 75° aniversario de la fundación de la Pontificia Unión Misional se celebró en Roma del 6 al 11 de mayo de 1991, con ocasión de la Asamblea General del Consejo Superior de las Obras Misionales Pontificias.

Esta celebración abarcaba tres acontecimientos que fueron seguidos por un público numeroso y entusiasta.

Tuvo lugar, en primer lugar, una SESIÓN PASTORAL durante la cual se discutió y se reflexionó sobre la historia y las finalidades de la Unión. Se promulgó durante la misma un mensaje especial y se hicieron algunas propuestas concretas sobre su manera de funcionar.

El segundo acontecimiento fue la MISA PONTIFICAL, presidida por el Santo Padre el 9 de mayo, día de la Ascensión, en la Basílica de San Pedro, con quien concelebraron los directores nacionales, los sacerdotes de las universidades, seminarios y comunidades religiosas internacionales de Roma. Todos juntos representaban el mundo misionero. El Papa Juan Pablo II dijo en su homilía que la Pontificia Unión Misional tenía “como tarea sostener el propósito misionero de la Iglesia entera”. Deberá, pues, tomar especialmente a pecho la formación misionera de los sacerdotes, de los miembros de las comunidades religiosas, de los candidatos al sacerdocio y de todos cuantos desean abrazar la vida consagrada.
El tercer acontecimiento fue la PEREGRINACIÓN a la tumba del Venerable P. Paolo Manna, el día 12 de mayo, en la que tomaron parte cincuenta directores nacionales llegados de todos los continentes así como los miembros de los Secretariados internacionales de las Obras Misionales Pontificias. El tiempo fuerte de esta peregrinación fue la misa concelebrada ante la tumba del fundador de la Unión, en el lugar mismo donde el Papa Juan Pablo II se había arrodillado y había orado unos meses antes.

g) Los Estatutos de la Pontificia Unión Misional
Mons. Conforti fue quien presentó a Benedicto XV en 1916 el primer proyecto de Estatutos para la Unión Misional de los sacerdotes, pidiéndole al mismo tiempo la aprobación de la nueva Obra.
El 4 de abril 1926, Propaganda Fide publicaba los Estatutos de la Unión Misional del Clero, y una lista de gracias espirituales concedidas a sus miembros.
Concluida la celebración del segundo congreso internacional, el 14 de abril de 1937, el Cardenal Fumasoni Biondi, Prefecto de Propaganda Fide, hizo llegar los nuevos Estatutos de la Unión a todos los obispos. Estos Estatutos establecen las competencias del Secretariado Internacional y de su Consejo, así como las de sus consejos nacionales y diocesanos. Tratan también de los congresos internacionales. En 1943 se editó un nuevo reglamento relativo al Consejo Internacional de la Unión Misional.
Con el decreto Huic Sacro de Propaganda Fide (1949) se extendió la Unión Misional a las congregaciones religiosas masculinas y femeninas, publicándose asimismo los Estatutos que regulan esta ampliación.
Las enseñanzas y directivas del Vaticano II sobre la actividad misionera de la Iglesia hicieron necesarios el estudio y la elaboración de nuevos Estatutos para las Obras Misionales Pontificias, que fueron aprobados “ad experimentum” en 1976 por Pablo VI después de amplias consultas. Juan Pablo II los aprobó definitivamente en 1980, pidiendo que se actualizasen cada cinco años. Estos Estatutos describen a las Obras Misionales Pontificias como formando una única institución con cuatro ramas: la Pontificia Obra Misional de la Propagación de la Fe, la Pontifica Obra Misional de San Pedro apóstol, la Pontificia Obra Misional de la Santa Infancia y la Pontificia Unión Misional.
Los Estatutos determinan las finalidades y las actividades de cada una de ellas.
En los Estatutos de 1980, la Pontificia Unión Misional es presentada como la Obra que se dirige “a todos aquellos y aquellas que están llamados a guiar y a animar al Pueblo de Dios” (n.23).

“Para esta información y sensibilización misioneras, la Unión ha de utilizar métodos adaptados... La Unión les ayudará a tomar conciencia de su responsabilidad respecto a la misión universal” (n.24).

“El resultado de la actividad de las otras Obras Misionales Pontificias dependerá, en gran parte, de la vitalidad de la Pontificia Unión Misional” (n.25).

“Dentro de cada dirección nacional, y eventualmente en las direcciones diocesanas, se nombrará un responsable de la Unión, que posea las dotes requeridas” (n.26).

Capítulo IV

ORGANIZACIÓN Y ACTIVIDADES DE LA PONTIFICIA UNIÓN MISIONAL

1. El camino de ayer: intenso y fecundo
En la historia de la Unión Misional discernimos dos períodos muy distintos desde el punto de vista de la organización.
El primero comienza con su fundación y dura hasta el Concilio Vaticano II.
Gracias a la perspicacia y dinamismo del P. Paolo Manna, la Unión Misional fue adquiriendo poco a poco, a medida que iba siendo conocida y difundida, una estructura y organización más completas y definitivas. Las ediciones sucesivas de los Estatutos ofrecieron a la Unión Misional la posibilidad de desarrollarse en los ámbitos diocesano, nacional e internacional.
La organización de la Obra estaba estructurada de la manera siguiente:
— a nivel internacional, había un Secretario general con su consejo internacional;
— a nivel nacional, estaban el obispo-presidente, el director nacional y el consejo nacional;
— a nivel diocesano, el director y el consejo diocesano.
Se invitó a todos los sacerdotes y seminaristas a ser miembros de la Unión. Después de la promulgación del decreto de Propaganda Huic Sacro, los religiosos y las religiosas pudieron igualmente inscribirse en ella, tanto personalmente como con el conjunto de la comunidad.
Después del Vaticano II — y esto vale también para las demás Obras Misionales Pontificias — hubo un período de reflexión y de renovación, inspirado y orientado por la riqueza de las enseñanzas conciliares sobre la misión ad gentes. La naturaleza misionera de la Iglesia y, como consecuencia, el necesario deber de responsabilidad que tienen al respecto todos sus miembros, según las directivas explícitas del Concilio, dieron más importancia a la animación y a la cooperación misionera propias de las Obras Misionales Pontificias. Estas tienen el deber de hacer progresar en toda la comunidad cristiana el conocimiento, la animación y la solidaridad con y por la misión. Para conseguir esta finalidad, tienen que colaborar con los centros y organismos misioneros de las Iglesias particulares. La tarea específica de las Obras Misionales Pontificias consiste en garantizar la cooperación misionera de todas las comunidades eclesiales e impregnarlas de un espíritu universal y católico auténtico.
La animación y formación impartidas en función de este espíritu misionero constituirán la finalidad principal y única de la Pontificia Unión Misional, lo cual muestra bien a las claras la importancia de la tarea de los animadores del Pueblo de Dios — sacerdotes, religiosos y todos los que trabajan en la pastoral de las Iglesias, jóvenes o más antiguas —. Este deber de animación fue asignado sin ambigüedades a la Pontificia Unión Misional y, más particularmente, desde que la Redemptoris Missio ratificó la tarea confiada a las Obras Misionales Pontificias de promover el espíritu misionero en el seno del Pueblo de Dios (cf. RM 84).

2. El camino de hoy y de mañana: esfuerzos y esperanzas
La Unión Misional está organizada actualmente a nivel nacional e internacional y consta de un Secretariado Internacional, de Direcciones y de Secretariados nacionales.

a) El Secretariado Internacional
La PUM tiene un Secretariado Internacional (fundado en 1937 por el P. Manna, como recordamos anteriormente), con sede en Roma en los locales de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Su tarea consiste en promover el conocimiento y la actividad de la Unión en las Iglesias particulares repartidas por todo el mundo, mediante diversos medios e iniciativas. Señalamos en particular los siguientes medios:

La publicación de la revista “Omnis Terra”

OMNIS TERRA”, revista de teología y de pastoral misionera editada en español, francés e inglés (ediciones mensuales) y en italiano (edición trimestral), es la iniciativa más importante del Secretariado. Es y quiere ser “eco fiel” de las enseñanzas y directivas del Magisterio Supremo de la Iglesia sobre la misión universal, y de la Congregación de Propaganda Fide. Se presenta, pues, como un medio válido de formación, información y animación misioneras y como vínculo necesario entre el Secretariado General de Roma y las Iglesias particulares del mundo entero, a través de los diferentes obispos y direcciones nacionales de las Obras Misionales Pontificias.

Se publican en ella documentos de la Santa Sede sobre las misiones, documentos de la Congregación de Propaganda Fide, estudios de espiritualidad, de teología, de pastoral misionera, testimonios y experiencias, artículos sobre figuras misioneras importantes, noticias sobre la actividad de la Unión Misional y de las demás Obras Misionales Pontificias e informaciones sobre la vida de la Iglesia en el mundo.

Se dirige a los obispos, a los directores nacionales y diocesanos, a los sacerdotes, a los seminaristas, a los religiosos y religiosas, a los miembros de Institutos seculares, así como a los laicos misioneros o comprometidos en el apostolado. En breve, la revista se dirige a todos aquellos que toman a pecho la difusión del Evangelio y de la Iglesia en el mundo y sienten la exigencia de participar en ella.

Curso de formación misionera
Este Curso de Formación Misionera por correspondencia completa el esfuerzo de la Revista en pro de la animación que lleva a cabo el Secretariado Internacional. Normalmente versa sobre un tema importante de actualidad misionera desarrollado por varios expertos y dividido en seis lecciones, que son publicadas y enviadas a lo largo del año a los que se suscriben a ellas.

El Curso comenzó en 1977. Los diferentes Cursos realizados hasta 1992 trataron aspectos fundamentales de la teología, de la pastoral y de la espiritualidad misionera.

Pero desde 1983 se optó por un tema específico para cada curso, a saber:
1983: Evangelización y religiones no cristianas
1984: Sacramentos y misionariedad
1985: Las Obras Misionales Pontificias
1986: Los laicos y la evangelización
1987: Los laicos y la evangelización
1989: La Unión Misional, alma del empeño misionero de la Iglesia
1990: Los misioneros del tercer milenio
1991-1992: Misión para el tercer milenio
1993: Consagración, Santidad, Misión
Las lecciones de 1991-1992 sobre la misión para el tercer milenio se recopilaron en un volumen a modo de Curso fundamental de misionología, especialmente útil para seminarios, comunidades religiosas y laicos que trabajan en las misiones. Además del Secretariado Internacional colaboraron en este proyecto la Facultad de Misionología de la Pontificia Universidad Urbaniana y las Direcciones nacionales de Bélgica, Colombia e India.

Visitas y encuentros del Secretario General

El Secretario general participa, cuando le es posible, en las asambleas y encuentros misioneros, continentales y nacionales, que tengan una cierta importancia para la Unión Misional; es un medio de animación muy eficaz.

Correspondencia y otras iniciativas

La Correspondencia es otra actividad significativa del Secretariado, que pueden tomar también otras iniciativas como, por ejemplo, la publicación de libros o la realización de video-cassetes -como la que se hizo con ocasión del 75° aniversario de la PUM- u otras según lo sugieran las circunstancias.

b) Direcciones y Secretariados Nacionales
La PUM existe también a nivel nacional, en las diversas Direcciones nacionales de las Obras Misionales Pontificias. En cada Dirección nacional, como lo sugieren los Estatutos (n. 26), debería nombrarse un responsable o Secretario nacional de la Unión, para dotarla de una estructura y de una organización adaptadas a su fin específico, a los signos de los tiempos y a la urgencia de la misión universal.
Aún teniendo en cuenta la gran diversidad de situaciones pastorales, de estructuras y de sensibilidades que existen en el seno de las diferentes Iglesias locales, podemos subrayar varios elementos y orientaciones que son universalmente válidos.
En cada Iglesia local, la PUM orienta su acción hacia el clero, hacia los seminarios, hacia los Institutos de vida consagrada y hacia los laicos que trabajan en la pastoral, organizando (de manera compatible con la situación local) encuentros misioneros, cursos, conferencias, congresos, jornadas de espiritualidad, encuentros de oración, ejercicios espirituales de contenido misional. Por otra parte, la PUM actúa con vistas a promover las demás Obras Misionales Pontificias, la difusión de la prensa misionera (revista Omnis Terra y Cursos del Secretariado Internacional de Roma, así como otras revistas y publicaciones de las respectivas Direcciones nacionales), la animación misionera de los enfermos (Jornada misionera del sufrimiento), la participación activa en las celebraciones y fiestas misioneras, el conocimiento y valoración de las Intenciones misioneras mensuales del Apostolado de la Oración -si es posible con la celebración de la misa misionera- y las vocaciones misioneras.

Pertenencia e inscripción en la PUM

Para que el servicio de animación y de formación misionera ofrecido por la PUM sea más eficaz y continuo, se invita a las Direcciones y a los Secretariados nacionales a unir mediante iniciativas particulares, signos y deberes que les ayuden en su vida espiritual y apostólica a cuantos deseen adherir a las finalidades, empeños y espíritu de la Unión Misional.
— en cuanto a los sacerdotes, la pertenencia a la PUM puede concretarse en el compromiso a celebrar o enviar intenciones de misas para las misiones, suscribirse a una revista de formación misionera y mediante otros deberes y signos concretos.
— En los seminarios y en las comunidades de formación para los candidatos a la vida consagrada, se recomienda (como diremos más adelante) la formación de grupos o círculos misionales. Estos, gracias a sus variadas iniciativas (encuentros de oración, retiros, estudios de problemas misioneros, intercambio de experiencias apostólicas y misioneras, etc.), garantizan la formación misionera de las respectivas comunidades.

3. ¿Cómo vivir la Pontificia Unión Misional?
A los destinatarios de la Unión mencionados anteriormente -sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas, animadores laicos y agentes pastorales en las comunidades cristianas- les proponemos ahora más detalladamente varias indicaciones concretas para organizar y animar la Unión Misional.

Los seminaristas
• Es de importancia capital que estos estudiantes, candidatos al sacerdocio, estén bien formados a nivel teológico y misionológico para ponerse al servicio de la evangelización universal de la Iglesia. La Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis recomienda, en particular, el estudio de la misionología, del ecumenismo, del judaísmo, del islam y de las demás religiones no cristianas (cf n.54). Para garantizar esta formación misionera pueden ser útiles los cursos de misionología por correspondencia organizados por el Secretariado Internacional de la PUM y la revista Omnis Terra.
En cada seminario o casa de formación se recomienda la organización de un servicio de documentación y una biblioteca, en la que deberían encontrarse buenas revistas misioneras y las publicaciones nacionales e internacionales de las Obras Misionales Pontificias.

• Estaría también bien organizar en cada seminario un Grupo misionero, al que aludíamos anteriormente, que tome a pecho las actividades de las OMP y que esté en estrecho contacto con los responsables diocesanos y nacionales de las OMP, que les ayudarán y les apoyarán. Se recomienda encarecidamente mantener un contacto regular con los misioneros y con los sacerdotes “Fidei donum” de la diócesis.

• Propondríamos para esos Grupos un programa y un hilo conductor: el estudio de la Redemptoris Missio y, en particular, el capítulo séptimo, que contiene los elementos esenciales de toda cooperación misionera: oración y sacrificio, estudio y formación, solidaridad material y financiera con las Iglesias jóvenes.

• Para alimentar espiritualmente esta animación misionera puede recomendarse una celebración eucarística semanal, una Hora Santa, la recitación de algunos misterios del rosario por las intenciones misioneras de la Iglesia.

• Se recomienda encarecidamente que se interese a los seminaristas en la pastoral misionera y en la animación misionera diocesanas. Durante los fines de semana y los meses de vacaciones, hay que recurrir a ellos para que ayuden en la educación misionera de los niños, de los jóvenes y de los adultos. Los que se entreguen al servicio de la animación misionera tomarán gusto en ella y se interesarán por la misión.

• Todo ello resultará más fácil si, al mismo tiempo, se infunde en esos estudiantes el “sensus Ecclesiae” y el amor de la Iglesia” (cf Redemptoris Missio 89). Los seminaristas deben darse cuenta de que serán ordendos sacerdotes en una Iglesia local, pero al servicio de la Iglesia universal.
• Recomendamos la PUM a los rectores de seminarios y a los directores espirituales, como medio excelente de formación espiritual de los seminaristas.

Los sacerdotes
La formación misionera recibida en el seminario debe continuar durante toda la vida y durante el ejercicio del ministerio sacerdotal. Es la formación permanente la destinada a hacer madurar en el sacerdote la conciencia de su participación en la misión salvífica de la Iglesia. “En la Iglesia como misión, la formación permanente del sacerdote es no sólo condición necesaria, sino también medio indispensable para centrar constantemente el sentido de la misión y garantizar su realización fiel y generosa... es también una exigencia, explícita o implícita, que surge fuertemente de los hombres, a los que Dios llama incansablemente a la salvación” (PDV 75).

• La misión ocupará un lugar especial en la oración del sacerdote diocesano. Su jornada transcurre en unión con Jesús el Gran Sacerdote, y en unión con todos los misioneros y las jóvenes Iglesias; los momentos fuertes de este encuentro con la Iglesia universal serán especialmente: la celebración eucarística, la oración del breviario, la recitación del rosario y el indispensable momento reservado para una oración de tipo contemplativo. En su lucha por vaciarse de sí mismo para dejarse llenar por la plenitud de Dios Uno y Trino, el sacerdote asumirá la preocupación de Jesús por llevar a todos los hombres al Padre. Los que están encomendados a sus cuidados verán completamente normal que el amor que el sacerdote, hombre de Dios, siente por Dios en Jesús, se abra a las dimensiones del mundo. La misión y la cooperación misionera están eficazmente vinculadas a la riqueza de la vida interior del sacerdote y a su entusiasmo por el Reino.

• El sacerdote diocesano expresará también su inquietud misionera estableciendo un organismo de cooperación misionera en su parroquia y en las estructuras educativas en orden a los niños, los enfermos, las personas de edad y en todas las comunidades de vida o de base. En este ámbito se constata la importancia de un contacto estrecho con el responsable diocesano de las OMP. El sacerdote diocesano tendrá muy presente que la animación y actividad misioneras en su diócesis dependen, en gran parte, de su propio compromiso.

• Es, pues, importante que el sacerdote diocesano siga formándose en el contenido y urgencia de la misión actual. Leer, estudiar y meditar la última Encíclica Redemptoris Missio, así como las Exhortaciones Apostólicas Pastores Dabo Vobis y Christifideles Laici podrá ayudarle en este cometido y darle ideas interesantes para su actividad pastoral. Porque la nueva evangelización y la misión ad gentes van unidas.

• La PUM entra en contacto varias veces al año con todos los sacerdotes diocesanos y religiosos, recordándoles el ideal y los objetivos del P. Manna: en Pentecostés (Jornada misional de los enfermos), en la fiesta de San Francisco Javier (Jornada misionera por los sacerdotes), durante la semana internacional de oración por la Unidad de los cristianos y durante el tiempo de cuaresma. Son otras tantas ocasiones para ‘renovar su celo misionero y para verificar cómo vivir una espiritualidad sacerdotal misionera.

• La preocupación misionera del sacerdote diocesano le inculca una atención y simpatía muy particulares por la promoción de las vocaciones misioneras.

• La PUM se encarga también de la animación de los sacerdotes diocesanos mediante publicaciones y la organización de jornadas de reflexión, que den a las OMP el espacio necesario en su vida y en sus preocupaciones.

Las comunidades religiosas
La PUM ayuda a las comunidades religiosas a dar una verdadera dimensión misionera a su vida religiosa activa o contemplativa en la formación, en la vida de oración y en las actividades pastorales.

Formación
La misión debe ser un elemento y un aspecto permanente de la formación religiosa. Debe ser el alma del estudio y de las iniciativas que se tomen para profundizar y renovar la vida consagrada. Esta formación se ve favorecida por la información sobre el mundo misionero y por el testimonio de los misioneros. Recomendamos el estudio y reflexión sobre Redemptoris Missio en noviciados, casas de formación teológica y comunidades de profesos.

Oración
La oración personal y comunitaria de los religiosos y religiosas debe tener una apertura y una tendencia universal y misionera constantes. El espíritu y el amor por la evangelización se incrementarán, ante todo, con la participación en el sacrificio de la Misa y en la adoración eucarística.
Se invita a las comunidades religiosas a que organicen retiros y jornadas de espiritualidad animados por los responsables de las OMP y de la PUM.
Las religiosas celebran su Jornada Misionera el día 1°. de octubre, fiesta de Santa Teresa de Lisieux.

Animación
Los responsables y los animadores de las OMP toman a pecho el diálogo con los religiosos y las religiosas, invitándoles a comprometerse como tales en la cooperación misionera de la Iglesia. Este compromiso misionero de su vida no puede sino favorecer la pastoral vocacional.

• Presencia y actividad en las misiones
En la Redemptoris Missio el Papa Juan Pablo II hizo una vibrante y enérgica llamada, tanto a los Institutos de vida contemplativa como a los de vida activa, para que se hagan presentes con sus respectivos carismas en el mundo no cristiano donde la Iglesia está realizando la primera evangelización y el anuncio de Cristo (cf. RM 69-70).
En su programa de sensibilización y de formación la Unión Misional ofrece una ayuda eficaz a las comunidades religiosas para que madure la dimensión misionera de la vocación y de la actividad de sus miembros y les haga disponibles para llevar a cabo los empeños misioneros según su propio carisma y apostolado en la Iglesia.

Los Animadores laicos del Pueblo de Dios
“La Unión se dirige a todos/as los llamados/as a guiar y a animar el Pueblo de Dios” (Estatutos, cap.II, art.4,23): catequistas, animadores y agentes pastorales. Redemptoris Missio da un relieve especial al papel de los catequistas:
“Entre los laicos que se hacen evangelizadores se encuentran en primera línea los catequistas. El Decreto conciliar misionero los define como ‘esa legión tan benemérita de la obra de las misiones entre los gentiles’..., llenos de espíritu apostólico prestan con grandes sacrificios una ayuda singular y enteramente necesaria para la expansión de la fe y de la Iglesia» (RM 73).
Pero todos aquellos que están consagrados a la misión universal, por su función o mandato, deben vivir su misión, según afirma Christifideles Laici, siguiendo una espiritualidad misionera que se basa en el bautismo (cf. ChL 9). Esto implica una vida de oración y de adoración, alimentada por los sacramentos y por un amor intenso a la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo.
Los laicos, los animadores y los agentes pastorales deben estar presentes en los comités misionales, en las parroquias, en las escuelas, en los grupos de espiritualidad y en las comunidades de base, así como en los diferentes consejos parroquiales; hombres y mujeres que ayuden a los cristianos a rezar, a sufrir, a trabajar y a vivir por la misión ad gentes.
La oración diaria por las misiones, la adoración y la asistencia frecuente a la celebración de la Eucaristía, así como el estudio, la información y la comunicación de la teología de la misión y de la espiritualidad misionera actual estarán asentados en ellos y ellas en una profunda vida interior. Para todos esos laicos “consagrados” a la misión universal la PUM será un instrumento indispensable de servicio y de trabajo.
Podríamos decir, como conclusión, que el funcionamiento actual de la PUM se adapta a las circunstancias y a los contextos culturales, tanto en las Iglesias jóvenes como en las más antiguas. Esta actividad de los animadores y cooperadores misioneros dará sus frutos para la misión ad gentes en la medida en que la PUM sea acogida por los seminaristas, sacerdotes, diáconos, religiosos y agentes pastorales, cada uno según su propia especificidad. Para cada una de esas categorías de consagrados a la misión, el P. Manna quiso una espiritualidad de dimensión misionera. Estando así las cosas podemos decir, a justo título, que la PUM es el alma de la cooperación misionera. Proponemos, pues, a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos, seminaristas y animadores misioneros lo que Paolo Manna escribía a los candidatos misioneros:
“Tenemos que velar para que nuestros aspirantes sientan a Jesús en su corazón y en su alma lo mismo que lo conocen con la inteligencia; hay que subrayar la importancia de todos los aspectos de la formación: espiritual, intelectual y científica, así como la oración y la teología. Esto vale para los seminarios menores y mayores. Si no lo hacemos, habremos trabajado en vano. ¿Para qué sirven los jóvenes que saben lo que dicen los teólogos sobre Jesús si crecen en la indiferencia y sin calor por él? Haríamos de ellos unos intelectuales pero no misioneros, es decir, hombres que serán felices el día de mañana dándose a sí mismos para hacer conocer a Jesús, para hacerlo amar y para hacer que le sirvan los pueblos no cristianos ...”

4. Fiestas, Jornadas y tiempos fuertes según el espíritu de la PUM
Los miembros de la Unión Misional celebrarán con un fervor particular las Fiestas, las Jornadas y los tiempos fuertes misioneros según el espíritu y la finalidad de la Unión. Son los siguientes:

Fiesta de San Francisco Javier, Patrono de las Misiones: 3 de diciembre, jornada de espiritualidad misionera por los sacerdotes.

Fiesta de Santa Teresa del Niño Jesús, Patrona de las Misiones: el 1°. de octubre, jornada de espiritualidad misionera por las religiosas.

Pentecostés: jornada misionera de los enfermos.

Ofrecimiento del propio sufrimiento personal por las misiones y visita a los enfermos. “Con tal ofrecimiento los enfermos se hacen también misioneros” (RM 78).

Semana de oración por la unidad de los cristianos.
“La división de los cristianos perjudica la causa santísima de la predicación del Evangelio a toda criatura y cierra a muchos la puerta de la fe” (AG 6).
“El hecho de que la Buena Nueva de la reconciliación sea predicada por los cristianos divididos entre sí debilita su testimonio y por eso es urgente trabajar por la unidad de los cristianos, a fin de que la actividad misionera sea más incisiva” (RM 50).

Cuaresma. Tiempo fuerte de oración, de penitencia y de iniciativas de solidaridad por los hermanos de los países en vías de desarrollo.

Octubre, mes misionero.
En muchas Iglesias locales en las que se organiza todo el mes de octubre como “mes misionero”, las actividades e iniciativas misioneras pueden organizarse de la siguiente manera:

— primer domingo: semana de oración por las misiones.

— segundo domingo: semana de sufrimiento por las misiones.

— penúltimo domingo: semana de la caridad por las misiones.

— último domingo: semana de animación y de oración por las vocaciones misioneras.

5. Indulgencias concedidas a los miembros de la PUM
Por un decreto de la Penitenciaría Apostólica se concede INDULGENCIA PLENARIA (12-12-1979) a los miembros de la Pontificia Unión Misional de Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, que pueden beneficiarse de ella:

1) el día de su adhesión a la Unión Pontificia

2) en la Solemnidad de la fiesta de Pascua

3) en las fiestas litúrgicas de la Inmaculada Concepción, de San Francisco Javier, de Santa Teresa del Niño Jesús

4) el día aniversario de su primera profesión religiosa o de su ordenación sacerdotal.

 


TEXTOS
El P. Paolo Manna

“El sacerdote es como la prolongación de Jesucristo sacerdote en el tiempo, el continuador de la misión divina de salvación universal en el mundo.
Todo sacerdote es también misionero y, en cuanto tal, debe ser también un perfecto imitador de las virtudes y perfecciones de Nuestro Señor Jesucristo.
El sacerdote misionero es un hombre con el espíritu de Jesucristo, revestido de sus virtudes, penetrado por sus sentimientos, animado de su celo, apasionado de su amor; un hombre de una perfección evangélica muy elevada, no inferior a la que puede llegarse en la vida monástica más rígida”.
“El misionero debe ser el hombre apasionado por Jesucristo hasta la locura, el hombre que sólo vive para Jesucristo, que encuentra en Jesucristo su razón de ser, su sostén, su felicidad...”
“El hecho de agitamos y hablar, de deplorar y proyectar no sirve para nada si la gracia del Espíritu Santo que ilumina, inflama e impele al sacrificio no desciende en abundancia sobre los corazones de los sacerdotes... Es, pues, indispensable que la Unión Misional lleve a cabo principalmente entre los sacerdotes una acción santificante”.
“El misionero es el sacerdote tal y como lo hizo Nuestro Señor y nos lo describe el Evangelio. Para ser misionero no se exige más que lo que hace falta para ser un sacerdote santo y lleno de celo aquí, en nuestro país”.

 


La Homilía del Santo Padre Juan Pablo II
(9 de mayo, Solemnidad de la Ascensión)

Como recordé en la Encíclica Redemptoris Missio, “la misión se halla todavía en los comienzos y debemos comprometemos con todas nuestras energías en su servicio”(Rm 1). Es, pues, necesario un esfuerzo común tendiente a incrementar el número de los evangelizadores y a hacer cada vez más coherente el testimonio de los creyentes porque “la fe se refuerza dándola” (Ib. 2).
Me siento por tanto particularmente contento de presidir esta celebración eucarística, que reúne en tomo a la mesa de la Palabra y del Pan de vida a numerosas fuerzas apostólicas comprometidas sobre todo en conservar despierta en el pueblo de Dios la conciencia de su cometido misionero.
Os saludo afectuosamente a todos, queridísimos hermanos y hermanas, y os agradezco de corazón vuestro generoso y fecundo trabajo. Junto a los responsables de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y a los Directores Nacionales de las Obras Misionales Pontificias, saludo a los hermanos Obispos aquí presentes y conmigo directamente responsables de la nueva evangelización, a los miembros de los Institutos misioneros que por vocación específica se dedican a anunciar el Evangelio a los no cristianos; a los sacerdotes diocesanos y religiosos a quienes el don de la ordenación destina a la obra universal de la salvación; a los miembros de los Institutos religiosos misioneros cuya presencia en las tierras de primera evangelización es preciosísima y providencial.
Dirijo a todos mi más vivo estímulo: sed siempre cons-cientes del don que Dios os ha hecho y emplead toda energía para el anuncio de su Reino.
A vosotros, así como también a la Pontificia Unión Misional, cuyo 75° aniversario de fundación celebramos hoy, se ha confiado el cometido de mantener viva la tensión de toda la Iglesia hacia la Misión. Para tal fin os exhorto a no cesar nunca de preocuparos de la formación misionera de los sacerdotes, de los miembros de las comunidades religiosas y de los aspirantes al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada. A nadie pasa desapercibida la importancia de esta acción formativa. Cuando los pastores están íntimamente compenetrados de su responsabilidad, se convierten en guías iluminados de las comunidades que les están confiadas: cuando sienten el ansia de la evangelización, educan a los fieles a la oración y al sacrificio, a la solidaridad y a la generosa disponibilidad hacía las necesidades de la Iglesia universal. Y en un terreno tan bien cuidado madurarán ciertamente auténticas vocaciones misioneras.

¿No fue ésta la intención del Fundador de vuestra Unión, el Venerable Paolo Manna? El se consagró totalmente a la causa de la evangelización y al apostolado por la conversión del mundo. También hoy, si la Unión Misional continua conservando claras las motivaciones de su compromiso, ayudará a la actividad de las otras Obras Misionales Pontificias a ser eficaz e incisiva.

Confiad, pues, toda vuestra actividad a María, Madre y modelo de la Iglesia.

Que este aniversario, además de refozar el dinamismo operativo de vuestra misma Unión, marque en vosotros una nueva toma de conciencia haciéndoos capaces de estimular en todas las componentes eclesiales nuevo entusiasmo por la misión ad gentes.

Brotará, estoy seguro, gracias también a vuestra aportación, una nueva época misionera, una nueva primavera de la Iglesia.

“Y yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Aclamación antes del Evangelio).
El Señor está con nosotros: es Él quien guía a su pueblo hacia el alba del Tercer Milenio. Guía a la Iglesia a través de la humilde y fice dedicción de innumerables apóstoles de nuestros días.

En todo rincón de la tierra resuena así el himno de la «solemne gloria y del potencial de nuestro Dios» (Ap 19,1). ¿No es Cristo el único protagonista de la misión? ¿No nos conduce con su amor?

Ciertamente el cometido que nos confía es arduo, pero no hará famtar la ayuda. Que se pueda decir de todos:
“Entonces ellos partieron y predicaron por doquier».


Mensaje de los Directores Nacionales
(mayo 1991)

Con ocasión del 75° aniversario de fundación de la Pontificia Unión Misional, los Directores Nacionales de las Obras Misionales Pontificias y sus colaboradores se encontraron en Roma, en mayo de 1991. En sus deliberaciones rindieron homenaje al P. Paolo Manna, fundador de la Pontificia Unión Misional, con el fin de estimular a los sacerdotes a hacer de sus parroquias otros tantos centros de animación misionera y de ayuda a las misiones.
Acercándonos al Tercer Milenio, dando gracias al Señor por todo lo alcanzado a través de la cooperación de tantísimos misioneros, con el apoyo de sus Iglesias de origen, los Directores Nacionales reconocen sin embargo una debilitación del compromiso misionero de la Iglesia.
Dan la bienvenida a la publicación de la Encíclica Redemptoris Missio del Papa Juan Pablo II, así como su invitación a toda la Iglesia a un renovado compromiso misionero.
A la luz de ésta, la Pontificia Unión Misional ocupa una posición singular para estimular a todo el pueblo de Dios en su entrega y apoyo a la misión.
Aunque las actividades de la PUM diferirán de continente a continente, podrán servir de ayuda las siguientes sugerencias prácticas:
— Hay que esforzarse para educar y hacer presente a todos los sacerdotes, religiosos, agentes pastorales y seminaristas posibles las necesidades y exigencias del mandato misionero:
— La Misionología debería constituir parte del curriculum de todos los seminarios, casas de formación e instituciones catequéticas:
— Hay que servirse todo lo posible de los medios de comunicación social para la animación misionera;
— Hay que promover nuevas iniciativas para un intercambio inter-continental e intereclesial a todos los niveles.

Junto con el Santo Padre ponemos nuestro apostolado misionero bajo la protección de María, Reina de las Misiones.


75° aniversario de la Pontificia Unión Misional

ORACIÓN

Oh Dios Padre, que estableciste tu Iglesia en Cristo
como sacramento universal de salvación,
infunde tu Espíritu en los que elegiste
para guiar y animar a tu pueblo,
suscitando en ellos el fervor misionero.

Ház que los presbíteros,
partícipes del ministerio de salvación del Buen Pastor,
eduquen a las comunidades cristianas
a la misión universal
confiada por Cristo a la Iglesia, para que,
estimuladas por su ejemplo y su palabra,
cooperen en la evangelización del mundo
con la oración, el sacrificio, la disponibilidad personal,
la asistencia a las Vocaciones para la Misión.

Concede a los religiosos y a las religiosas
que testimonien su consagración
en el anuncio del Evangelio a todos
y en el servicio amoroso a los pobres, a los lejanos,
a los que sufren.

Bendice la Unión Misional,
suscitada en la Iglesia por el Vencrable Paolo Manna,
para que, con renovado empuje y eficacia,
continúe promoviendo la formación misionera
de los sacerdotes, de las comunidades religiosas,
y de todos los comprometidos en actividades pastorales.
María, Reina de los Apóstoles y de las Misiones,
acompañe y sostenga a todos los que consagran su vida
al anuncio de tu Reino
y a implantar la Iglesia en el corazón del mundo.

Amén.


 

 

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