HISTORIA DE LA ACTIVIDAD MISIONERA EN SALTA

Francisco Solano

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Otro gran misionero del siglo XVI que dejó profundas huellas en nuestra tierra salteña, es el fraile Francisco Solano, de la orden de los franciscanos. Es considerado apóstol de América, tanto por la extensión de su labor misional como por las huellas que dejó a su paso.

 

Ordenado sacerdote a los 20 años, desarrolla sus primeros 20 años de sacerdocio en España. A los 40 años, entusiasmado por las experiencias que escucha de otros hermanos de hábito,  solicita pasar a América para desarrollar aquí su actividad apostólica. Anteriormente había solicitado ser enviado a Africa, pero su pedido no había sido aceptado.

 

Ya en América, es destinado a la región del Tucumán en el año 1590.  Por más de 14 años recorrió el Chaco Paraguayo, por Uruguay, el Río de la Plata, y la región noroeste de nuestro país, siempre a pie, como misionero y doctrinero, convirtiendo innumerables indígenas y también muchísimos colonos españoles. Su paso por cada ciudad o campo, era un renacer del fervor religioso.

 

Su caridad y mansedumbre y la pobreza de su hábito le ganó el corazón de los naturales de la región, a los que catequizaba e impartía los sacramentos. Tan pronto predicaba como hacía de enfermero, ayudaba en el campo o hacía de albañil. En la mayoría de los lugares donde estuvo cuentan de él hechos portentosos, como sacar con su bastón agua de donde no la había, amansar a un toro bravo que terminó por arrodillarse y lamerle las manos, echar de un trigal a una plaga de langostas, cruzar sobre su manto el caudaloso río Hondo, ensanchar una viga que no era lo suficientemente larga, resucitar a un niño indio, tener la ropa seca después de un fuerte aguacero o predicar al mismo tiempo a miembros de distintas tribus usando un lenguaje que todos entendían. Se aplicó al estudio de su lengua y Dios ayudó sus esfuerzos. Aprendió varias de ellas pronto y muy bien, al punto que los indios lo consideraban un hechicero por su perfecto dominio de los distintos dialectos. Se cuenta que aprendió a hablar el tonocoté en 15 días. Tenía también una hermosa voz y sabía tocar muy bien el rabel (un instrumento con dos cuerdas, semejante al violín) y la guitarra. Y en los sitios que visitaba divertía muy alegremente a sus oyentes con sus alegres canciones.

 

Francisco Solano estuvo en la ciudad de Salta en 1592 donde, al igual que en las restantes poblaciones a las que llegó, dejó fama de santo.

 

En 1594 es trasladado al Perú para hacerse cargo de la Recolección franciscana (Convento de los Descalzos), que acababa de fundarse a las afueras de la ciudad de Lima, cargo que acepta sólo por obediencia, puesto que “su vida era misión” y el cargo para el que lo solicitaban no le permitiría seguir desarrollando la actividad misionera tal y como lo había hecho los últimos años. Allí moriría en 1610. Dos meses después de su muerte se inició el proceso de beatificación. Los testigos de su labor que fueron llamados a declarar, sostuvieron que fue un ser excepcional por diversos motivos, entre ellos su ascendiente sobre los indios que lo amaron entrañablemente, los numerosos milagros que Dios hizo por su intermedio, la dulzura con que siempre trataba a las personas, los ininterrumpidos sacrificios voluntarios que realizaba, etc. Se dijo que fray Francisco Solano fue para las Indias Occidentales, lo que Francisco Javier para las Orientales. El Papa Clemente X lo beatificó en 1675 y Benedicto XIII lo proclamó santo en 1726.

 

Francisco Solano es patrono de los terremotos, de la Unión de Misioneros Franciscanos y del folclore argentino. También es patrono de Montilla y de numerosas ciudades americanas como Lima, La Habana, Panamá, Cartagena de Indias, La Plata, Ayacucho y Santiago de Chile, entre otras. El día de su muerte, figura en los almanaques de Argentina como “Día del Misionero”.

 

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