HISTORIA DE LA ACTIVIDAD MISIONERA EN SALTA

Metodología misionera en la época de la Colonia

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La formación de Doctrinas, fue el modo ordinario de misión de los primeros evangelizadores que llegaron al continente americano. Las Doctrinas eran pequeños poblados que se formaban en torno a un rancho-capilla levantado por los misioneros, en el cual se agrupaban los naturales que iban aceptando la fe. Las doctrinas estaban a cargo de un doctrinero, que era el encargado de transmitirles los contenidos de la fe a los indígenas. Este fue el método inicial de evangelización utilizado por los misioneros franciscanos, y fueron el origen de numerosas ciudades de hoy en día.

 

Con la intención de ayudar este trabajo de evangelización de las Doctrinas, la corona española introdujo a mediados del siglo XVI, el método de la encomienda, costumbre de origen feudal, mediante la cual los encomenderos, que solo podían serlo los españoles, imponían a los indígenas una serie de obligaciones, con la condición de sostenerlos económicamente y educarlos cristianamente. Los encomenderos eran también los encargados oficiales de recoger las contribuciones de los indígenas para sostenimiento de la misión y mantener con esas contribuciones a los misioneros. Lamentablemente, este método no vino sino a empeorar la situación de los indios que, mientras antes habían servido libremente a los españoles, ahora, obligados por una ley extranjera a una obligación de contrato impersonal, se vieron rebajados al rango de dependientes, de siervos. Peor aún, cuando los encomenderos no cumplían ni siquiera simbólicamente con el deber de la reciprocidad. Los abusos eran grandes porque los encomenderos llegaban a explotar inmisericordemente a los indígenas y de ordinario se adueñaban de los bienes y hasta de la persona misma de los pobres indígenas. En numerosas oportunidades, la Iglesia debió reclamar ante las cortes de España, justicia y castigo para estos excesos. A raíz de estos abusos, el sistema fue contraproducente, puesto que predispuso a los indios en contra de los españoles (incluidos los misioneros) y se convirtió en obstáculo para la evangelización.

 

Alrededor de 1580, los franciscanos comenzaron a experimentar un nuevo sistema de pacificación y de control de los indios: el sistema de las reducciones. Estas, consistían en aldeas en las cuales, de modo más o menos voluntario, los indígenas eran agrupados, asentados establemente (reducidos) y administrados por jefes autóctonos, que en realidad dependían de los misioneros.

 

En este contexto, se inserta la labor misionera de los Jesuitas, quienes hicieron propio este sistema de reducciones, que llevaron adelante con gran éxito en el Paraguay, y con frutos mucho menores, en el noroeste argentino. Los jesuitas consideraban preeminente, antes de evangelizar, enseñar a los indios la agricultura y los beneficios de vivir en comunidad y las ventajas de la familia.  Se trataba por eso, de sustraerlos de la vida nómada de las selvas para reducirlos a la vida sedentaria. Para ello, lo primero era conquistarse la confianza de los indios: se introducían en la selva desarmados y, salvo casos excepcionales, sin escolta militar, armados sólo de la elocuencia de la palabra y de la imagen de la cruz, para convencer a los indios de reunirse en pequeñas comunidades. Así, en el recinto de estas reducciones, protegidos del resto del mundo, encaminados a los trabajos de la tierra y de la cría de ganado, y también al arte y la música, los indios podían aprender los quehaceres de la edad adulta, de la productividad y de la cultura. Y entonces podían ser evangelizados.[1]

 

Como se verá más adelante, este fue el ideal metodológico de los jesuitas, que intentaron aplicar, con no tanto éxito como en el Paraguay, en la región del Tucumán.

 

Otro dato interesante acerca de la metodología misionera de los jesuitas, es que aprovecharon la natural inclinación de los indígenas por el baile y el canto. Al respecto, existen relaciones del Padre Barzana en las que  afirma: “La Compañía, para ganarlos con su modo, a ratos, haciéndoles cantar en sus coros y dándoles nuevos cantares o graciosos tonos y así les sujetaban como corderos, dejando arcos y flechas[2]. En el canto encontraron una manera efectiva de evangelizarlos, dando resultados sorprendentes y alentadores, teniendo en cuenta lo dificultoso de la evangelización con los indígenas de la región del Tucumán. Adaptaban músicas profanas a letras con contenido religioso, y era este un medio seguro para conquistar a los indios. Además, a los indígenas les gustaba mucho el lujo y la gran pompa, razón por la cual  los jesuitas organizaban grandes procesiones de las que los indios participaban gustosos, engalanados con grandes plumajes de colores y vistosas cuentas de vidrio, siendo para las familias un honor que sus hijos participaran en ellas como pajes o porta estandartes, pues les fascinaba verlos vestidos con trajes lujosos. Finalizadas las fiestas religiosas, con gran pompa y profusión de cantos durante la ceremonias, se llevaba a cabo la segunda parte de la fiesta, la que tenía un carácter casi profano y que consistía en comidas, bailes y cantos que se prolongaban por el resto de la tarde. “Y así, alternando lo sagrado y lo profano, iban logrando los padres ganar poco a poco el objetivo de la evangelización[3]

 

Los misioneros hacían las veces de tutores de los indígenas, siendo todo para ellos. Al respecto dice el Padre Francisco Miranda: “Un misionero en el nacimiento e infancia de un pueblo de indios, se transformaba en mil figuras y hacía mil papeles diferentes. Era el arquitecto y albañil que fabricaba la iglesia, la casa propia y las casas de los indios; era el carpintero que labraba las maderas para cuanto ocurría en el pueblo. Era tallista que hacía los retablos, el dorador que los doraba, el pintor que los pintaba, el estatuario que formaba las estatuas de las imágenes sagradas. Era el médico, el cirujano, el boticario que visitaba, recetaba y preparaba las medicinas para los enfermos del pueblo. Era el maestro de leer y escribir y contar, era maestro de música y maestro también de hacer los instrumentos de ella: órganos, clavicordios, arpas, violines.... Era maestro de danza para los hombres, que a las indias no se les enseñaban ni sabían bailar. El misionero les enseñaba a hacer relojes, a tornear, a fundir campanas, a coser, a bordar, a pintar, a dorar, a sembrar, a segar trigo, molerlo y aplastarlo, a sobarlo y cocerlo. Era el árbitro en sus diferencias y pleitezuelos, y el Juez que en sus delitos menores o capitales, los sentenciaba y los hacía castigar. Para abrazarlo todo en dos palabras, él les enseñaba todas las artes y oficios mecánicos necesarios a la vida social y política”. [4]



[1] Al respecto consultar en  Salvatore Bussu,Mártires sin Altar”, Universidad Católica de Salta, año 2003. Páginas 133 a 142

[2] María Cristina Bianchetti en “Labor misionera de la Compañía de Jesús en Salta y el Chaco Gualamba”, 1971, página  45

[3] María Cristina Bianchetti, op.cit., páginas 45-46

[4] María Cristina Bianchetti, op.cit., 1971, página 118

 

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