HISTORIA DE LA ACTIVIDAD MISIONERA EN SALTA

La actividad misionera en el Chaco Salteño en los siglos XVII y XVIII

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El Gran Chaco abarca las actuales provincias de Chaco y Formosa, más el este de Salta, el noreste de Santiago del Estero, el norte de Santa Fe y el sudeste de Bolivia. La palabra Chaco parece provenir del término quichua “chacú”, que designaba al método de caza comunitaria desarrollado por las tribus de la región. También es conocida esta región como Chaco Gualamba, palabra que significa “río grande” (en referencia al Bermejo). Los gobernadores del Tucumán del siglo XVII, intentaron conquistar el Gran Chaco mediante expediciones militares, las que fracasaron una tras otra. En 1653, los jesuitas fundaron sobre las riveras del Bermejo la misión de San Francisco de Regis para los indios Mataguayos, a partir de la cual realizaron incursiones siguiendo el curso del Pilcomayo y el Bermejo durante el siglo XVII, sin mucho éxito.  En reiteradas oportunidades, durante la segunda mitad del siglo XVII, se realizaron incursiones misioneras desde el Colegio de Salta, sin poder establecer misiones estables, pero dejando huellas del Evangelio a su paso  por todas las tribus que visitaban.

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granchaco.jpg (187763 bytes) Haz click sobre el gráfico de la izquierda para ver 
un mapa de las tribus aborígenes que habitaban 
el Gran  Chaco al momento de llegar los españoles. 

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Cuatro obstáculos entorpecían notablemente la conversión entre los aborígenes del Chaco, según expuso el padre José Cardiel en una relación escrita luego de la expulsión de los Jesuitas:

 

Del siglo XVII, cabe destacar la misión que condujo al martirio a los padres Juan Antonio Solinas y Pedro Ortiz de Zárate. Este último, siendo párroco de San Salvador de Jujuy solicitó repetidamente al gobierno del Tucumán, como así también a los Obispos, que pensasen seriamente “en una ocupación espiritual, sin ruido de armas, de los indios mocovíes, tobas y de las otras tribus de aquella región tan turbulenta”.[2] Su insistente solicitud, logró que en 1681, por Cedula Real, se dispusiese a proceder a la evangelización del Chaco de modo pacífico. El plan misionero del Padre Zárate consistía en asentarse en las proximidades de la ciudad Tarija, cerca de la cual habitaban los indios Chiriguanos, amigos de los españoles. Así, una vez que se constituyese con ellos una reducción por parte de los misioneros, no sería difícil atraer a las otras tribus del Chaco, asegurándoles que no serían arrojados de su tierra ni tendrían, como en el pasado por parte de los conquistadores, vejación alguna. Para esta misión solicitó el Obispo Francisco de Borja, a los padres Jesuitas, con estas palabras: “Para evangelizar a estos chiriguanos y las demás tribus del Chaco, los misioneros más aptos me parecen los padres de la Compañía de Jesús, cuyo celo por la salvación de las almas y en particular de los pobres indios, es bien conocido en toda esta mi Diócesis (...) Los Chiriguanos de Tarija, hablan la lengua guaraní que es común en Paraguay y que se habla en todas las grandes Reducciones tenidas por la Compañía de Jesús[3]. Ante este pedido, los jesuitas decidieron retomar la misión en el Gran Chaco, abandonada años antes.

 

Establecidos en el valle de Zenta (alrededores de la actual ciudad de San Ramón de la nueva Orán), iniciaron su prometedora actividad misionera. Las tribus más débiles se acercaban a los padres, buscando el apoyo de los misioneros para que los defendieran de las más belicosas, que raptaban a sus mujeres y niños para hacerlos esclavos, robaban sus pocos bienes, matando a los que se oponían.  Al poco tiempo nacía la Reducción de San Rafael, que sería el epicentro de la obra misionera entre los indígenas de esa región.

 

Unas leguas al sur, levantaron pronto la misión de Santa María, que el 27 de Octubre de 1683, fue atacada por indios tobas y mocovíes infieles. Mientras el jesuita Juan Antonio Solinas y el clérigo Don Pedro Ortiz de Zárate predicaban el catecismo de la mañana, “aquellos traidores, viendo indefensos a los dos ministros de Dios, incitados por el demonio y sus sacerdotes, los hechiceros, sordos a los misterios de nuestra santa fe y por odio de la ley de Dios que aquellos sacerdotes del altísimo les predicaban con el más grande amor por sus almas, los agredieron con gran griterío y  los mataron con los dardos y otras armas semejantes a clavas y los decapitaron. Después mataron también a otras dieciocho personas (dos españoles, un negro, un mulato, dos niñas, una india y once indios) que estaban junto a los dos misioneros en Santa María. Los desnudaron a todos y, después de haberles cortado la cabeza, traspasaron sus cuerpos con un dardo”.[4]  Actualmente se está promoviendo la causa de beatificación de los dos sacerdotes y  los dieciocho laicos anónimos, que son conocidos como “los mártires del Zenta”.

 

A comienzos del siglo XVIII, el gobernador  del Tucumán don Esteban de Urizar, establece la sede del gobierno en Salta, desde donde emprenderá una campaña militar con la intención de dar una pronta solución a la cuestión del Chaco, cuyos belicosos habitantes atacaban frecuentemente las ciudades de los españoles. En esta empresa, llevó consigo a los Padres Francisco Guevara, Baltazar de Tejada, Joaquín Yegros y Antonio Macheni. Fruto de esta expedición se fundaron las reducciones de Balbuena, San Esteban de Miraflores, Macapillo, San Nicolás de Ortega y otras de menor importancia, dependiendo todas del Colegio de Salta. En 1715, se funda la misión de la Inmaculada Concepción.

 

En el año 1716, Felipe V comunicaba al prepósito general de la Compañía su resolución de confiarle a los jesuitas la evangelización del Chaco Gualamba, según se lee en un memorial del P. Bartolomé Jiménez: “Tiene resuelto y mandado (su Majestad) de que los de la Compañía de dicha provincia, se encarguen de las misiones y reducciones, no sólo de los indios mocobíes, malbalaes, ojotas, chunupíes, vilelas, tobas, isistinés y otras naciones pacificadas en la provincia del Chaco por el gobernador del Tucumán don Esteban de Urízar, sino de las demás parcialidades de innumerables infieles que en aquel intermedio de dicha provincia del Chaco habitan, para formar poblaciones como las del Paraguay”.[5]

 

A lo largo del siglo XVIII, los gobernadores del Tucumán emprendieron una serie de campañas militares que consistían en la instalación de fuertes de avanzadas, poblados por soldados que pudieran perseguir a lo indígenas dentro de sus propias tierras. Así se logró que la mayoría de las tribus acordaran la paz con los españoles. En las proximidades de estos fuertes, se iban fundando reducciones, para cuya adoctrinación se designaba a un sacerdote de la Compañía.

 

Algunos datos nos llegan de la labor de los jesuitas en el Chaco Gualamba, en una memoria de la visita d el Padre Juan Patricio Fernández a la reducción de San Esteban de Miraflores en 1724: “En orden a su doctrina y enseñanza se proseguirá en la forma que está entablado, haciéndoles la doctrina por la mañana acabada la misa, y habiendo rezado las oraciones y catecismo, les preguntará el padre en particular así a los grandes como a los niños alguna oración o misterio, y se les explicará por espacio de un cuarto de hora. Pero los domingos, en lugar de dicha explicación, se les hará una platiquita tocante ´ad mores´, afeándoles sus vicios y exhortándolos al santo temor de Dios y guarda de sus mandamientos. Los sábados por la mañana se cantará la misa de la virgen (si no ocurriere alguna fiesta solemne, que entonces será de ella), y por la tarde se rezará su rosario y se cantarán sus letanías”.[6]  

 

Una nota interesante que nos habla de las cualidades que debieron tener aquellos misioneros, la da una carta escrita por el Padre Ruiz al superior de la Compañía en 1683, solicitando el envío de un nuevo sacerdote misionero para que se sume a ellos, en la que expresa: “..debo advertirle de antemano, por la experiencia que tengo, que éste debe tener las siguientes cualidades además de las religiosas: primero, debe ser totalmente desapegado del mundo y bien resuelto en los peligros y dificultades; segundo, su caridad debe ser suma, para nada miedoso, con un rostro alegre, un corazón amplio, sin escrúpulos impertinentes, porque tiene que tratar con gente desnuda, poco desemejante a las fieras. Y quien no tuviese tales cualidades, no debe ser enviado por Vuestra Reverencia, porque sería más de peso que de ayuda”.[7]

 

Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la pacificación del Chaco podía ya darse por lograda, lo cual abría un terreno inmensamente rico a la obra misionera. En una carta fechada en 1762 del padre Juan de Escandón al procurador Ignacio José González, se refiere a las prometedoras perspectivas para la misión en el Chaco: “A vuestra Reverencia tengo escrito en asunto de conversión de los infieles, y fundar nuevas reducciones con la confianza que me prometen las primeras tentativas, que se convertirá todo el Chaco; que fuera una conquista espiritual mayor que la del Paraguay como no falten medios para mantenerla”.[8] En otra carta del Padre Pedro Juan Andréu a Carlos III fechada en 1763, escribía: “La provincia del Tucumán que, acosada por espacio de un siglo y casi arruinada por estos indios, trataba de despoblarse, goza hoy de una paz tan inalterable que ni temor le ha quedado de que podrá turbarla el tiempo, porque todos los indios enemigos están ya en reducción, son vasallos de Vuestra Majestad y, acordonados en ocho reducciones, cubren y defienden toda la frontera que antes hostilizaban. Estas se han fundado desde el año de cincuenta, en que dieron la paz, y tres de ellas se fundaron en el pasado de 1762. No quedan ya indios enemigos a la parte de la provincia del Tucumán, pero quedan innumerables naciones infieles que pueblan el centro del Gran Chaco, cuya vasta región se dilata en quinientas leguas de largo de sur a norte, y de ciento hasta doscientas en parte, de oriente a poniente”.[9] Precisamente, es en este momento en que se vislumbra un futuro ampliamente prometedor en las misiones de los Jesuitas, en que su labor será truncada al ser expulsados.

 

Al momento de la expulsión de la Compañía de Jesús, en 1767, éstos atendían en el Chaco siete misiones de indios[10]:

 

Luego de la expulsión de los Jesuitas, los franciscanos se hicieron cargo de estas siete misiones, las cuales duraron hasta la primera década del siglo XIX

 

Sin embargo, la partida de los padres de la Compañía significó el comienzo de la ruina de estas misiones, a pesar de los denodados esfuerzos de los frailes por conservarlas, no por falta de celo evangelizador de los frailes, sino por no poseer la extraordinaria capacidad organizativa de los jesuitas. En un informe de Don Ramón García de León y Pizarro, gobernador intendente de Salta, en base a una visita realizada a estas reducciones en 1791, podemos leer: “las reducciones están desposeídas de los libros de iglesia, de cajas y de otros papeles pertenecientes a sus temporalidades, consumidas éstas; los indios dispersos por diversos lugares y montes, viviendo en su ley, sin obediencia a sus párrocos, obligados de no tener con qué mantenerse la vida temporal, ni con qué vestirse”. En resumen, habían “llegado las más de dichas reducciones a su última ruina”.[11] En esta carta hacía referencia a casi la totalidad  de las reducciones del Chaco, excepto la de San Joaquín de Ortega, que se mantenía en buen estado.

 



[1] La relación del padre José Cardiel, se encuentra expuesta en: Cayetano Bruno, op.cit., Tomo V, página 435

[2] Al respecto, consultar Salvatore Bussu, op.cit., Tercera parte: “Veinte Cruces en el Chaco”, págs 247 a 339

[3] Salvatore Bussu, op.cit, página 234

[4] Relato de F. Xarque en su obra “Insignes misioneros de la Compañía de Jesús en la Provincia de Paraguay” del año 1687, citado en Salvatore Bussu, op.cit., página 311.

[5] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo IV, página 386

[6] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo IV, página 387

[7] Citada en Salvatore Bussu, op.cit., página 380

[8] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo V, página 439

[9] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo V, página 439

[10] Al respecto, consultar Fray Benito Honorato Pistoia, “Los Franciscanos en el Tucumán 1566 - 1810”,  Cuadernos Franciscanos, Salta, página 67

[11] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo VI, página 237

 

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