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 La lista de los documentos pontificios sobre la evangelización abarca desde 1919 hasta 1990. Son, pues, la expresión misionera de un siglo que probablemente pasará a la historia como siglo de las «misiones» y, quizá con más precisión, siglo de un nuevo despertar evangelizador de la Iglesia.

Un estudio o una lectura pausada y seria de estos documentos «misioneros» dejará constancia de una evolución en tres etapas:

1.- Documentos anteriores al concilio:

2.- Documentos conciliares:

3.- Documentos posconciliares:

 

En las encíclicas y documentos antes del concilio prevalece el tema de primera evangelización, inclusive, como es lógico, hasta el decreto conciliar Ad gentes. Pero el lector podrá constatar una evolución armónica y homogénea, que yo llamaría también «acumulativa», en cuanto que el acento (no exclusivista) va pasando de una tema a otro: llamar a la conversión, propagar la fe, implantar la Iglesia, responsabilidad entre Iglesias hermanas, hacer que sea realidad efectiva la naturaleza misionera de la Iglesia «sacramento universal de salvación» (AG l), etc. Pero todas estas perspectivas complementarias tienen su punto de partida en el mandato de Cristo de evangelizar a todos los pueblos.

En los documentos posconciliares, el tema de la evangelización queda enriquecido y ampliado para pasar a la acción evangelizadora sobre los diversos sectores y puntos neurálgicos de nuestra sociedad: cultura, medios de comunicación social, juventud, familia, campo del trabajo, sectores marginados (pobreza e injusticia), etc.

Del tono «geográfico» se pasa al tono «sectorial», para apuntar a problemas que hoy se consideran fundamentales: la «inculturación», el aporte de las Iglesias locales, la evangelización de los campos socioeconómicos, etc. Y en todo el arco de la evolución del tema se va acentuando una dimensión que, en los últimos documentos, llega a ser casi dominante: el espíritu o «espiritualidad» de la misión. En efecto surge un problema nuevo: ¿cómo evangelizar el campo de la espiritualidad e incluso de la mística existente en las «grandes» religiones no cristianas? ¿Cómo presentar hoy una experiencia de Dios específicamente cristiana? ¿Cómo anunciar las bienaventuranzas a través de la autenticidad del apóstol?

El campo de las culturas («inculturación») no se ciñe ya a las religiones no cristianas, sino que plantea el anuncio del Evangelio en situaciones humanas y en formas culturales nuevas, y tal vez en lo que se podría llamar la nueva cultura de Occidente...

Hay que tener en cuenta que el decreto conciliar sobre la actividad misionera de la Iglesia (Ad gentes) está dentro del contexto de los otros documentos conciliares. El resultado de nuestra observación sería el siguiente: la Iglesia se hace misionera o evangelizadora cuando es fiel a su razón de ser como «sacramento» o signo portador de Cristo para toda la humanidad (Lumen gentium), a la luz de la Palabra revelada (Del Verbum), anunciando y viviendo el Misterio Pascual (Sacrosanctum Concilium) y respondiendo a la realidad humana histórica concreta (Gaudium et spes). Tenemos, pues, la evangelización a la luz de las cuatro constituciones conciliares del Vaticano II.

De esta perspectiva conciliar (1965), que recoge todo el material de las encíclicas anteriores, será fácil pasar a las dimensiones de Evangelii nuntiandi (1975) y Redemptoris missio (1990). Entonces la perspectiva se agranda, como puede verse ya en la lectura de los documentos pontificios desde Juan XXIII, hasta dar paso a las prioridades de campos concretos de evangelización: la justicia social (Mater et Magistra, Populorum progressio), la paz (Pacem in terris), el diálogo (Ecclesiam suam), la evangelización en América Latina (Discurso inaugural de Puebla), la familia (Familiaris consorcio), el trabajo (Laborem exercens), el sufrimiento (Salvifici doloris), la catequesis (Catechesi tradendae), la evangelización de Europa (Slavorum Apostoll), María en el camino de la Iglesia (Redemptoris Mater), etc. Pero estos temas, salvo los tres últimos, son estudiados en áreas distintas, aunque tengan contenido eminentemente evangelizador.

La temática misionera y evangelizadora encuentra en el conjunto de estos documentos pontificios unas dimensiones o perspectivas que conviene no perder de vista: dimensión trinitaria, cristológica y neumatológica (la misión viene del Padre por el Hijo y se realiza con la fuerza del Espíritu Santo); dimensión eclesial (naturaleza misionera de la Iglesia como «sacramento», Pueblo y Reino de Dios, Madre que tiene como tipo a María, etc.); dimensión escatológico (tensión de esperanza y trascendencia); dimensión antropológica (de cercanía al hombre concreto a la luz de la trascendencia o esperanza); dimensión vivencias (la espiritualidad de los evangelizadores); dimensión ecuménica (en relación a los hermanos cristianos no católicos en relación al diálogo con las religiones culturas no cristianas), etc. El lector podrá observar que estas últimas dimensiones quedan más acentuadas en los documentos conciliares y posconciliares.

El concilio Vaticano II (donde encontramos el decreto Ad gentes) viene a ser «el comienzo de una gigantesca obra de evangelización del mundo moderno» (Juan Pablo II, Discurso al Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11 de octubre de 1985). En este momento en que la Iglesia tiene como misión «dar un alma a la sociedad moderna», se encuentra, tal vez, en el mayor desafío que le ha planteado la historia de la evangelización, puesto que tiene que presentar una «nueva síntesis creativa entre Evangelio y vida» (ibíd.). La evangelización necesita, pues, planteamientos nuevos y «nuevos santos» (lbíd.).

El tema de la evangelización plantea a la Iglesia una toma de conciencia responsable acerca de su misma naturaleza misionera. Del hecho de ser signo portador y transparente de Cristo resucitado presente (Iglesia misterio), se pasa a vivir con intensidad la realidad de comunidad basada en el mandamiento del amor y guiada por los sucesores de los apóstoles (Iglesia comunión). Sólo a la luz de esta realidad eclesial, sentida, amada y vivida incondicionalmente, se pasa a la disponibilidad de anunciar el Evangelio a todos los hombres, a todo el hombre y en todas las situaciones humanas históricas y concretas (Iglesia misión). Sólo a partir de esta sana eclesiología se puede llegar a realizar la misión de evangelizar a todos los pueblos, culturas y situaciones humanas.

Así, pues, la evangelización reclama, por parte de personas y comunidades, la vivencia comprometida de sentirse Iglesia misterio, comunión y misión. Pero ello exige una renovación interior de personas y comunidades. En este sentido se comprende la afirmación de la encíclica Slavorum Apostoli: «El concilio Vaticano II tuvo como objetivo principal el de despertar la autoconciencia de la Iglesia y, mediante su renovación interior, darle un nuevo impulso misionero en el anuncio del eterno mensaje de salvación».

La temática sobre la evangelización se puede distribuir en tres grandes campos:

Cada uno de estos capítulos abarca numerosos puntos concretos, que pueden encontrarse fácilmente en los documentos.

Es importante observar que el tono evangelizador de los documentos pontificios apunta especialmente a la responsabilidad misioneras evangelizadora de las comunidades eclesiales. Esto tiene lugar de modo especial cuando se trata de la Iglesia local. Este es ya el tono del decreto conciliar Ad gentes, pero se explicita mucho más en Evangelii nuntiandi y en Redemptoris missio, y ha quedado plasmado en las normas del nuevo Código de Derecho Canónico: «De la actividad misional de la Iglesia» (cán.781-792). Se trata, pues, de una acción evangelizadora que haga misionera a toda comunidad eclesial. Entramos de lleno en los principios de subsidiariedad y de solidaridad, puesto que toda comunidad eclesial,.sin excepción, necesita según la invitación de Evangelii nuntiandi (n.82), Redemptor hominis (n.22) y Redemptoris missio (n.92). En este sentido se necesita una nueva mentalidad misionera que nazca de la renovación cristiana de la vida: «Como la Iglesia es toda ella misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su participación en la obra misionera entre los gentiles» (Ad gentes 35).

Dada la amplitud y profundidad del tema «evangelización», de suerte que sea una invitación y una preparación a la lectura de los documentos, indico las grandes pautas del decreto Ad gentes, que deberán completarse con los otros documentos conciliares y en especial con la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi y la encíclica Redemptoris missio (que publicamos y anotamos en esta área). El decreto conciliar sobre la actividad misionera (Ad gentes) presenta, pues, estas líneas que ya pueden servirnos de base y de punto de partida para un estudio de los demás documentos:

A estas líneas del documento conciliar sobre la evangelización, los documentos pontificios posteriores, especialmente Evangelii nuntiandi y Redemptoris missio, irán añadiendo perspectivas más precisas y más «encarnadas», en el camino de una Iglesia evangelizadora que se encuentra entre dos milenios y en un desafío de culturas, de líneas de pensamiento y de situaciones humanas, como tal vez nunca se encontró en el pasado. El futuro de la evangelización está en manos de evangelizadores, «cuya vida irradie el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo» (Evangelii nuntiandi 80).

 

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